Ya anciano, Pablo Picasso (1881-1973) afirmaba que a los ocho años ya había aprendido a hacer pinturas como las de Rafael, el gran artista del Renacimiento, pero que había pasado los siguientes ochenta años de su vida intentando aprender a dibujar como los niños.
Y no es un simple juego de palabras o la idea pasajera de un personaje locuaz, ni mucho menos el comentario fácil de alguien incapaz en los oficios del arte. Por el contrario, es una afirmación contundente, que vale la pena analizar, de quien entonces era el artista vivo más importante del mundo y a quien muchos consideran todavía como la figura central del arte del siglo XX y como uno de los más grandes artistas de la historia.
En efecto, desde su más tierna infancia, Picasso tuvo unas habilidades admirables y un interés casi exclusivo por el dibujo y la pintura. El niño fue encauzado por su padre, quien trabajó siempre como profesor en las Escuelas de Bellas Artes, hacia el camino del arte académico; una elección, la del padre, que era apenas natural en el contexto de la época.
Y los resultados también fueron excepcionales; basta recordar que, a los 15 años, recibió una mención honorífica en la Exposición Nacional de Bellas Artes por su obra Ciencia y caridad. Es cierto, pues, que pintaba como los artistas del Renacimiento.
Lo impactante de la historia radica en que, contando con todas las habilidades para dominar la pintura académica, descubre que la autenticidad más profunda del arte se encuentra en el arte de los niños. Y decide dedicarse a “desaprender” para regresar a los orígenes. Una decisión que, por lo demás, tiene connotaciones históricas porque nunca antes había sido planteada. Es un camino que a Picasso le toma la vida entera y que, por tanto, no puede ser tan simple como dedicarse a copiar obras de niños.
Aunque, además de Picasso, son muchos los artistas del siglo XX que encuentran en los niños dimensiones de trascendental importancia para el arte y la cultura, conviene recordar, al menos, al francés Jean Dubuffet (1901-1985), quien hace explícitas sus búsquedas en este camino.
En contra del predominio de las reglas tradicionales que identificaban al arte como un “saber hacer”, para Dubuffet se trata justamente de asumir el “no saber” como principio de la creación artística; no es casual que, desde su primera exposición individual en París, en 1944, fuera descalificado como un “pintarrajeador infantil”.
Busca un arte espontáneo, rudimentario, sin refinar, en contra del arte tradicional, elaborado y culto. Y en el arte de los niños ve la posibilidad de encontrar obras producidas por personas, que todavía no han sido “dañadas” por la cultura artística. Un arte por fuera de los esquemas de la racionalidad y que, al menos en principio, no se realiza pensando en la imitación de los maestros, sino que es manifestación inmediata de la interioridad del niño.
El arte de los niños, convertido en modelo, aparece, pues, como la manifestación pura de la sensibilidad: “Todos los niños nacen artistas”, decía Picasso. Y agregó: “El problema es cómo seguir siendo artistas al crecer”. No es necesario insistir en las complejidades que aquí se ocultan. Baste indicar, solamente, que, desde la concepción, todos los niños viven en ambientes culturales que definen su relación con el mundo; la “inocencia pura” no existe.
Y también, los lápices de color, las acuarelas y pinceles, la invitación a rayar, el papel en lugar de la pared para pintarrajear; “no te untes los colores en el cuerpo” y muchas cosas más, incluidos los procesos del sistema educativo, son realidades con carga cultural que ponen límites a la anhelada manifestación directa de la sensibilidad como origen puro del arte.
En otras palabras, cuando hablamos del arte de los niños nos referimos, por una parte, a un problema artístico, pero, por otra parte, y sobre todo, hablamos de la trascendencia de la educación que, con sus luces y sus sombras, es una las dimensiones fundamentales que nos constituyen como humanidad.
Hacia 1950, la UNESCO empezó a reconocer la creciente importancia del arte en la educación infantil, ubicando los orígenes de estas propuestas pedagógicas en el período posterior a la Primera Guerra Mundial.
En otras palabras, estamos ante un proceso educativo muy reciente. Sin embargo, es indiscutible que se trata de una realidad que es responsable de aspectos esenciales de la cultura contemporánea.