Lo que resulta de toda esa sopa en hervor, no es posible saberlo. De ahí la conocida frase que afirma que el aleteo de una mariposa en Indonesia puede llegar a ser un huracán en el Caribe
La historia es una caótica sucesión de hechos improbables; ella no va para ninguna parte. Aunque la naturaleza funciona según unas leyes, todos nos levantamos sin tener idea de lo que va a pasar ese día, nada es anticipable: el día se va tejiendo en un continuo de tiempo y cada uno de nosotros es espectador y protagonista de lo que ocurre. Pero es impredecible.
La visión teleológica, que afirma que detrás de cada fenómeno hay una intención que se origina en el más allá, es una fórmula que pretende darle sentido a lo que pasa sin necesidad de meterse en los laberintos de la razón: la enfermedad se hizo para enseñarnos a ser pacientes, las desgracias ocurren para que podamos cumplir nuestra misión en este mundo… y cosas por el estilo.
¿No es un contrasentido pensar que las infecciones existían desde siempre con el fin de que Fleming cumpliera su misión de descubrir la penicilina? ¿O que la miseria en Calcuta tenía el propósito de permitirle a la madre Teresa entregarse a los pobres?
Esa visión teleológica no solo es propia del pensamiento religioso. Uno de los postulados básicos del marxismo es que la historia tiene señalada una ruta: la humanidad se mueve hacia un paraíso habitado por un ser nuevo, una especie de superhombre moral ajeno a todas las mezquindades y bajezas de sus antepasados; un hombre cuyo interés sería solo el bienestar de sus vecinos, el interés colectivo. Ese sueño fue solo un sueño, ya lo sabemos: al despertar de la pesadilla stalinista y de la Revolución Cultural de Mao Tse-tung el espécimen humano seguía siendo el mismo, como lo vemos en Rusia o en China hoy ¿O era que el socialismo estaba muy reciente y el hombre no había comenzado a caminar el camino de la perfección? Bueno, dejémoslo ahí.
Aunque la historia no va para ninguna parte, el acto humano sí define consecuencias ineludibles para quien lo realiza. Es la ley del karma. Cuando alguien mata, se convierte en un asesino. Probablemente su crimen quede impune. Pero la persona se ha transformado, ha cruzado una línea, se dio ese permiso y no volverá a ser lo que era. Y esta es la consecuencia predecible de su acto. Eso es el karma. Puede ser incluso que la persona se acepte como un asesino; pero de todas formas le implica asumir una manera de relacionarse con el mundo, una forma de sentir. Le implica seguramente cancelar para siempre dimensiones que hacen parte de lo humano ¿Podrá maravillarse con el universo?
Más allá de lo meramente personal, las consecuencias del acto individual son impredecibles ¿Por qué? Porque este cae en una realidad cambiante de infinita complejidad, se cruza con el eco de los incontables actos de los demás hombres y, también, con el fluir propio de la naturaleza. Por eso hablamos de aleatoriedad. Lo que resulta de toda esa sopa en hervor, no es posible saberlo. De ahí la conocida frase que afirma que el aleteo de una mariposa en Indonesia puede llegar a ser un huracán en el Caribe. Esa es la historia.