El aborto legal y seguro no debería ser un tema de debate. Lo último que necesitamos en un país tan polarizado, es seguirnos dividiendo.
Sin embargo, celebremos el derecho a decidir sin morir desangradas o sin ir presas, con un espacio de reflexión.
Una mujer no aborta porque es el “camino fácil”.
Una mujer no aborta para vengarse de su pareja.
Tampoco aborta porque no le gusten los niños.
Ni porque tenga un instinto antinatural y asesino.
Una mujer embarazada no se levanta un día y piensa que mejor no tiene a su bebé.
Ni mucho menos piensa que al menos tiene 5 meses para pensarlo.
Ninguna pide la cita para terminar su embarazo en la semana 23.
Que nos cuidemos entonces, dicen. Que existen pastillas, inyecciones, parches y dispositivos intrauterinos. Que son baratos, dicen también. Es más: que a veces hasta los regalan.
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De hecho, en una visita a Cartagena que hice una vez con una primera dama de la Nación, algunas de sus asesoras sugirieron hacer jornadas de ligaduras de trompas masivas, espantadas por los embarazos adolescentes que había en aquella población.
Que nos cuidemos, entonces, insisten. Como si para hacerlo no debiéramos someternos a unas cargas hormonales insoportables (y esas sí, antinaturales) que no solo afectan nuestro cuerpo sino también nuestras emociones.
Las mujeres somos fértiles 24 horas del mes. Los hombres son fértiles todos los días del mes, todos los meses del año, durante casi todas sus vidas.
Mientras una mujer está en embarazo, solo puede cargar 1 o 2 bebés en su panza por 9 meses. Durante este tiempo, el mismo hombre que la embarazó puede embarazar a más de 100 mujeres, si quisiera.
Que una mujer decida no tener un bebé que carga en su vientre, por el motivo que sea, es ya lo suficientemente dramático para ella como para extender los días a semanas y las semanas a meses. Así que, antes de poner el grito en el cielo por el fallo de hacer legal el aborto hasta la semana 24, vamos a las cifras y a los países que tienen la misma legislación. En Estados Unidos, por ejemplo, menos del 5 % de las mujeres interrumpen su embarazo después de la semana 20. Este límite depende de la supervivencia de los nacidos en este plazo, el cual será cada vez más corto conforme avance la medicina neonatal.
Entonces, no juzguemos a una niña que no sabía que estaba embarazada, ni a una mujer desplazada o de una zona remota que ni siquiera sabe cómo accede a la salud. Más bien reclamemos con ese mismo fervor para que el sistema nos ponga de primeras.
Así como yo tuve el derecho a un embarazo seguro, quisiera que a quienes el embarazo las vulnere tengan un término seguro también.
Que la comodidad no nos nuble la empatía.