La altura, la luz, la ubicación y la versatilidad con que fue concebido, han hecho que en este edificio 5G coincidan los talleres de varios artistas.
Por Claudia Arias / [email protected]
“Es una coincidencia”, afirma Ricardo Cárdenas cuando se le pregunta por qué cree que varios artistas tienen su estudio en el edificio 5G Loft de Provenza. “Son espacios generosos, de techo alto, con volumen, en los que se puede pensar mejor”, reflexiona.
Lo comprobamos al ingresar al taller de Jorge Julián Aristizábal de unos 200 metros cuadrados, en donde imperan la luz natural y el aire libre, a pesar de estar en un barrio céntrico. “Ahora está muy vacío”, afirma el artista, que por estos días tiene gran parte de su obra en la exposición Casi todos juntos, en el Museo de Arte Moderno de Medellín, refiriéndose a que una de las ventajas del lugar es que le permite almacenar gran cantidad de obra.
“Camilo y J. Paul Restrepo, los arquitectos, entienden las necesidades de alguien que trabaja en asuntos creativos y conciben espacios propicios para ello, por eso aquí coincidimos varios artistas, empresas de diseño, joyeros y arquitectos. Yo, por ejemplo, solo cuando llegué aquí pude abordar unos proyectos escultóricos que tenía aplazados hace años, justo por la falta de espacio”, cuenta Jorge Julián.
Camilo Restrepo dice que cuando imaginaron 5G con su papá, había algo fundamental y era la sostenibilidad, no solo en términos ambientales: “pensábamos en un edificio ubicado en una zona de fácil acceso, que igual evitara desplazamientos, porque aquí alguien puede vivir y trabajar también, o usarlo un tiempo como taller u oficina y luego como vivienda. Es arquitectura que enlaza dos mundos, los que trabajan de día y los que viven de noche; los unos habitan y por ende cuidan”.
Esto hace que la construcción sea sostenible en términos de ocupación, pues es más versátil cuando se puede comprar indistintamente del destino que se le dé, si bien esto también obliga a una normatividad que evite ciertos usos que no se consideren adecuados. En cualquier caso, la construcción no estaba pensada para profesiones creativas, pero sus características y la opción de venta modular que tuvieron para que cada quien comprara el número de módulos que necesitara, llevaron a que la ocupación se diera así.
Además de Ricardo y Jorge Julián, allí están las artistas Susana Mejía, Camila Botero, María Isabel Arango y, hasta hace poco, Aníbal Vallejo, y si bien dicen que trabajan independientes y se ven poco, reconocen que estar en un mismo lugar tiene beneficios. El año pasado vino un grupo de curadores del Museo de Arte Moderno de Nueva York y todos reunidos recibieron su visita.
Susana, que fue una de las pioneras en llegar, dice que le gusta porque es un espacio muy cómodo y con luz, en el caso de ella, que trabaja con plantas, le funciona casi como un invernadero, incluida una amplia terraza. Destaca la ubicación y la posibilidad que brinda de ir a muchas partes caminando.
Coincidencia pues, como lo afirmó Ricardo Cárdenas, coincidencia afortunada y no gratuita. Cada cual en lo suyo, sí, pero esa cercanía ya ha mostrado tener un valor más allá de los talleres de cada creador. “No hay muchos espacios así en Medellín, consecuentes con lo que somos, con ser artista, este lugar nos permite mostrar lo que hacemos con solo abrir la puerta, eso es importante”, concluye Jorge Julián.