El placer del arte

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La portada de esta edición es una obra de Dora Ramírez. Un homenaje de Vivir en El Poblado en el centenario de esta maravillosa artista antioqueña.

El centenario de Dora Ramírez (Medellín, 1923-2016) favorece la posibilidad de volver sobre su pintura que, como obra artística que es, se mantiene siempre abierta a nuestra experiencia estética, lo que nos permite repetir o renovar lecturas e interpretaciones o, incluso, en el caso de que no lo hayamos hecho antes, descubrirla, conocerla y disfrutarla.

Carlos Arturo Fernández
Por: Carlos Arturo Fernández

En realidad, para eso existen los museos y la historia del arte, que trabajan con la certeza de que las obras artísticas tienen un potencial de sentido que va más allá de las intenciones originales y de la vida misma de quienes las crearon.

Marilyn Monroe, de 1974, es una pintura poco conocida hasta ahora, que forma parte de la larga serie de Los Mitos, en la cual Dora Ramírez retoma imágenes y fotografías de personajes famosos, que a lo largo de los años han sido repetidas hasta el agotamiento por los medios de comunicación y la industria del entretenimiento, hasta hacerles perder cualquier atisbo de novedad. Se trata, muchas veces, de imágenes degradadas al nivel de estereotipos cursis, intrascendentes y ya sin significado para la mayor parte de las personas.

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En ese sentido, Dora Ramírez trabaja con algunos problemas que, al menos formalmente, presentan una apariencia similar a la de los artistas pop norteamericanos de los años 60. Por ejemplo, en Andy Warhol aparece la fascinación por grandes personajes a los que se aproxima a través de fotografías ajenas, como hace Dora Ramírez en sus Mitos, pero que en el caso de Warhol se despliegan en tirajes serigráficos con variaciones. Y también, como ocurre en la obra de Roy Lichtenstein, Dora Ramírez parte de imágenes impresas masivamente que, a través de la pintura, convierte en creaciones únicas trabajadas manualmente. Incluso los aproxima el interés por los objetos cotidianos, sin que puedan perderse de vista las implicaciones de que para los pop norteamericanos se trata de elementos que revelan una sociedad industrializada de consumo avanzado, mientras que los objetos de Dora Ramírez se ubican en el contexto de una cotidianidad íntima, regional y de rasgos artesanales.

No sin razón se dijo muchas veces que ella era la responsable del desarrollo del arte pop entre nosotros. Sin embargo, más allá de esas sugerencias formales que, quizá le hubieran resultado asuntos teóricos poco interesantes, la búsqueda en la obra de Dora Ramírez se aparta radicalmente de una mirada irónica o crítica de la sociedad de consumo y se entrega al placer de la pintura y del color, que son sus verdaderos intereses.

En efecto, deja de lado la estructura tradicional del cuadro, que se basaba en los esquemas intelectuales de la perspectiva y los juegos de luces y sombras, y se lanza a la construcción de un espacio pictórico más intuitivo y poético, centrado en el uso de colores planos, en contrastes que muchas veces llegan hasta la estridencia. A ello se une el contrapunto entre el formato del cuadro y un campo interno, muchas veces circular, dentro del cual se ubica la figura, generalmente centrada y frontal, lo que incrementa la fuerza del plano y nos obliga a vivir con mayor intensidad el contraste de los colores que generan el espacio. A veces, un mantel o un vestido de cuadros permiten sugerir un juego adicional de planos.

Marilyn Monroe es, en el conjunto de su obra, una pintura especialmente arriesgada y poética. El contrapunto entre el formato y el campo geométrico interno se convierte en una especie de cuadro dentro del cuadro, atravesados ambos por manchas sueltas de color que los integran en una especie de espiral ascendente. Estos colores libres, sin el rigor estructural de otros vestidos (o manteles), evocan de inmediato la mítica escena de 1954, cuando el aire que sale del metro a través de las rejillas de la acera levantaba el vaporoso vestido blanco de Marilyn, quizá la imagen más conocida de toda su vida.
Una experiencia dichosa de formas y colores. Aunque, en realidad, aquí falta por decir casi todo acerca de Dora Ramírez.

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