Uno de los principales pasos en esta reinvención es dejar la adicción al PIB, para dar paso al propósito de hacer realidad una sociedad justa y en armonía con el entorno ecológico.
¡Reinvención, reinvención! Reinvención por todos lados. El cimbronazo en el que resultó el COVID-19 nos restregó en la cara (decir que nos la “señaló” o nos la “mostró” sería insuficiente) la obligación de hacer las cosas de otra manera: sí, de reinventarnos.
Para empezar, hemos podido ver con mayor claridad la fragilidad de la economía. Una pandemia no es cosa menor, de eso no cabe duda, pero la economía debería ser mucho más resiliente y capaz de garantizar no solo el abastecimiento, sino también el empleo y los ingresos básicos en una situación de emergencia.
De la mano con esto, vimos también que la desigualdad no es un cuento de ficción y que, aunque se ha visto la solidaridad de emergencia para atender casos críticos, sí nos ha hecho mucha falta (la solidaridad y, además, la compasión) para corregir las fallas estructurales que conducen a la injusticia y a la inequidad, que hacen que los menos favorecidos sean los más afectados.
Y, en cuanto a lo ambiental, no solo está el hecho de que esta enfermedad zoonótica sea una consecuencia de la degradación de los ecosistemas, sino que además se notó el descanso –insuficiente para una recuperación profunda, pero descanso, al fin y al cabo– que tuvieron los ecosistemas durante el periodo de encierro: menos contaminación y la presencia de visitantes de otras especies, como el puma en las calles de Santiago de Chile. Vimos lo acaparadores que somos.
¿Qué es lo que hay que reinventar?
No es raro entonces que se hable de la necesidad de una reinvención. Pero, ¿de qué nivel de reinvención estamos hablando? ¿Empezar desde cero?
Para responder a estas preguntas les cuento que, en 2012, mientras vivía en Alemania, tuve la oportunidad de asistir a una conferencia de la economista Kate Raworth. Allí, en la sede principal de la Fundación Heinrich Böll, la conferencista utilizó una figura que causa gracia, pero que ilustra de manera hábil uno de los principales retos en la búsqueda de la sostenibilidad global: la urgencia de dejar la adicción al crecimiento económico y más bien pensar en llevar a la humanidad a “vivir dentro de la dona” (living within the doughnut), es decir, el imperativo de que como humanidad operemos dentro de un espacio justo y seguro.
Raworth utilizó el concepto de los “límites planetarios” (propuestos por el Centro de Resiliencia de Estocolmo) para definir el espacio seguro: nueve asuntos ambientales clave –entre los que se cuentan el cambio climático y la pérdida de biodiversidad– que hacen que el planeta Tierra funcione de una manera favorable para nosotros, y que, entre más los afectemos (yendo más allá de su límite, como lo estamos haciendo), más probable será que la Tierra deje de ser ese anfitrión generoso y acogedor, para convertirse en un planeta inhóspito, inseguro para la vida.
Pero Raworth fue más allá para mostrar que el reto no se agota en el cuidado de los ecosistemas, sino que además debemos garantizar el espacio justo, es decir, la supervivencia y la vida digna de toda la humanidad –en el presente y hacia el futuro–, sin dejar a nadie atrás.
Dejar la adicción al PIB
Todo este cuento para decir que lo que estamos viviendo nos obliga a no demorar un gran cambio y que, por suerte, ya llevamos un largo camino recorrido hacia él: podemos apoyarnos en las reflexiones sobre desarrollo sostenible que ya celebran varias décadas y que no debemos ignorar más.
Uno de los principales pasos en esta reinvención es cambiar la meta de la economía: debe dejarse la adicción al PIB, para dar paso al propósito de hacer realidad una sociedad justa y en armonía con el entorno ecológico, del cual dependen nuestra supervivencia y nuestro bienestar. No hay que empezar desde cero, pero sí hay que dejar de apostarle al desarrollo insostenible que nos trajo hasta acá y que, de continuar, nos depara peores escenarios.
- Ñapita 1: recomiendo el libro Economía rosquilla: siete formas de pensar la economía del siglo XXI, de Kate Raworth.
- Ñapita 2: dos proyectos que sin duda alejan a Colombia de ese espacio justo y seguro son la minería en Quebradona y el puerto de Tribugá.