“No hay que vivir para odiar ni para sembrar odio”, una frase sencilla que encierra toda una declaración de principios. Y no es de Bergoglio ni de Provost. Ni de la Madre Teresa. Ni siquiera de alguien creyente. ¿Quién la pronunció? Adivina, adivinador. Alguien de izquierda, muy cercano al poder en América Latina. ¿José Alberto Mujica Cordano, Lula da Silva, Boric, Gustavo Petro? Una pista: el único que de ellos pasará a la historia por su sabiduría.
El ex presidente uruguayo, obvio. Un político diferente a los demás y diametralmente opuesto al actual mandatario colombiano. No sólo en la forma; en el fondo. Porque una cosa es ser un hombre sabio y demócrata como lo fue el Pepe Mujica y, otra, uno que aparenta ser lo uno y lo otro como lo es el “Aureliano” que, en materia de odiar y sembrar odios, se tiene confianza. Como también en materia de agredir al contradictor; de satanizar al sector privado; de atacar a los Poderes Judicial y Legislativo; de restar en lugar de sumar; de fungir de Rey Sol; de posar de héroe planetario… ¿Superman?, ¿Lex Luthor? (A juzgar por el desbarajuste nacional, es kriptonita pura lo que sale de la Casa de Nariño).
Tomo frases sueltas de la última entrevista de Pepe Mujica con La Nación de Argentina:
“A la vida hay que inventarle una causa. No tiene que ser la transformación de la sociedad en la que vivís… Pero tenés que tener algo que te conmueva y comprometa. Porque si no, ¿pa’ qué vivís?, ¿pa’ pagar cuotas?…” (¿Pa’ inyectarte pelo en la coronilla, rebanarte la papada, comprar zapatos y relojes de marca?). “He vivido mucho y he militado. Tengo peso político en la sociedad. Seguramente que hay gente que me odia. Pero yo no puedo odiar a ningún compatriota, piense como piense…”.
Jamás un insulto contra un opositor. Jamás equiparó a médicos con vampiros, ni a ex ministros con víboras ni a congresistas y empresarios con esclavistas; ni llamó jefe de banda al presidente del Senado ni tildó de fraudulenta una votación perdida; ni amenazó con hacer reformas a la fuerza. Jamás se hizo la víctima ni actuó con ánimo de venganza ni, mucho menos, cultivó el resentimiento. Su posición política fue clara, coherente y, ante todo, democrática. (“Hay que defender la democracia, porque hasta ahora es lo mejor que hemos podido lograr; como decía Churchill: es la mejor porquería”).
Le pregunta el periodista: “Fuiste torturado y pasaste 12 años en un pozo, pero dices que no estás para odiar. ¿Perdonaste? ¿Olvidaste?”.
Responde: “No. Ni perdoné ni olvidé; no cobro. Porque una ley que tenés que aprender de la vida es que hay cuentas que no se cobran; se cargan. Si no, vivís prisionero del rencor y vivís envenenado. No tengo cuentas que cobrar”. Vivís envenenado… Envenenado y resentido, si lo sabremos los colombianos que llevamos casi tres años padeciendo a alguien que permanece anclado a su pasado. Por algo la naturaleza nos puso los ojos adelante.
ETCÉTERA: Pepe Mujica sí hablaba y vivía como pensaba, lo que lo convertía en una rara avis, en un “viejo loco”, en el sabio de la tribu; un rockstar para los jóvenes. Fue militante desde los 14, tupamaro, preso político, sobreviviente, diputado, senador, presidente de Uruguay. Es referente, será leyenda. Como El Quijote, “el libro que más adoro”.