Del paladar al recuerdo: cada manjar tiene una historia

El buñuelo, la estaca, las populares arepas de queso, de teja y de chócolo, el pandeyuca y el pandebono, el sancocho y la fritanga, cuentan una historia de nuestra gastronomía tradicional.

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“Nosotros no somos lo que comemos. Comemos lo que somos”. La frase, dicha con vehemencia por el antropólogo Carlos Humberto Illera, resume el espíritu de lo que se vivió en la tercera edición del festival Marinilla al Plato. Un encuentro donde cada plato tradicional fue alimento, memoria, identidad y posibilidad de futuro para un municipio que se proyecta como destino culinario de Colombia.

Durante cinco días, Marinilla ofreció más de 120 experiencias gastronómicas que invitaron al comensal a recorrer los “siete golpes del paisa”, una propuesta que evoca las paradas alimenticias que hacían los campesinos mientras abrían camino entre las montañas: los tragos, el desayuno, la media mañana, el almuerzo, el algo, la comida y la merienda.

Durante la feria, se realizó el conversatorio “La cocina tradicional y su vínculo con el territorio”, con tres invitados que llevan décadas reflexionando y cocinando sobre esta relación profunda: Carlos Humberto Illera, antropólogo y cocinero por gusto; Isaías Arcila, cocinero del Restaurante Casa Carrataplán e investigador del patrimonio culinario colombiano; y Luis Vidal, profesor, experto en historia de la alimentación y columnista de esta casa editorial.

“Queríamos que las personas, al probar un migado de arepas de mote o un buñuelo con teja de maíz capio, recordaran a sus abuelas, a sus cocinas de infancia”, explicó Yohana Rivera Castaño, secretaria de Desarrollo Económico y Turismo de Marinilla. “Nuestro municipio ya no es solo un destino religioso, es un lugar donde se come bien y con sentido”.

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“Cada territorio transforma su cocina de acuerdo con su geografía y su memoria”, explicó Isaías Arcila, durante uno de los conversatorios, del primer congreso gastronómico, realizado en la Feria. 

Luis Vidal, por su parte, enfatizó en que: “La comida no es sólo química: es cultura, es tiempo, es historia. Cada vez que comemos algo de nuestro territorio, nos conectamos con nuestras raíces”. 

Y es que en cada plato típico hay una historia. Lo saben las cocineras tradicionales que preparan una manzanilla envenenada, una morcilla o un pandebono, como lo hacían sus abuelas. Sus manos no solo alimentan, también conservan un saber que se transmite de generación en generación. “No hay cocina sin memoria”, recordaron los panelistas del conversatorio y destacaron que preservar estas preparaciones es también una forma de resistir al olvido y valorar la identidad local.

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