Hace cerca de un mes, iniciando el mes de mayo, participé de Actuar por lo Vivo, el festival de origen francés que llego este año a su tercera versión en Colombia.
Pude participar de una de las residencias previas a los espacios abiertos al público general, llamada Una sola salud. Fue muy interesante explorar este concepto desde las perspectivas de los invitados, entre ellos, un fotógrafo y filósofo francés (Bertrand Hagenmüller) interesado en ética del cuidado, y Andrea Londoño, de la fundación Bien Humano. Bertrand señalaba cómo, en Francia, los cuidadores de personas no establecen vínculos emocionales con quienes asisten, mientras que Andrea hacia énfasis en el hecho de que, en Colombia, por el contrario, las relaciones de cuidado están mediadas por el amor (principalmente de mujeres hacia sus familias), lo cual, en general, termina por restarles derechos.
Yo, con mi formación en pensamiento sistémico y medio ambiente, terminé por concluir que, tanto el sistema natural como el humano, se basan en relaciones de interdependencia y cuidado mutuo. Que solo cuidamos verdaderamente lo que amamos, pero que ese amor no debería ser una excusa para darlo por sentado. En otras palabras, cuidar la naturaleza y cuidar a las personas es lo mismo, porque la salud humana depende de la salud del planeta, pero solemos perder de vista esta interconexión.
También saltó a mi vista cómo es curioso que las cuidadoras de humanos suelan ser mujeres, y las defensoras (cuidadoras) ambientales, también en su mayoría lo son. ¿Por qué? No termino de entenderlo; la ética del cuidado y el femenino…
Otro espacio del que participé fue Repensar el trabajo, con Arturo Escobar y Sophie Swaton. Llamó mi atención la conversación alrededor del ocio y cómo nos relacionamos con él hoy en día en occidente. ¡Realmente está mal visto! Me impresionó el concepto de tecno-feudalismo, cómo todo nuestro tiempo está al servicio del trabajo y de “conseguir cosas”, ya sean materiales o reconocimiento. La verdad, me sorprendió poder decir que me siento tranquila y muy afortunada en mi relación con el ocio; me doy permiso de disfrutar, mi meta no es “más” sino “mejor”. Ya sé, soy un bicho raro.
Tengo que admitir que muchas veces me he preguntado de qué sirve participar una y otra vez de conversaciones un tanto filosóficas y que parecieran no llegar a nada concreto. Re-visito esta idea cada tanto. Pero justo por estos días he sentido cómo la fuerza de las ideas, compartirlas entre quienes piensan igual o distinto, va creando mucho espacio mental para imaginar futuros diversos.
A mí, personalmente, me ha dejado una sensación de esperanza y unidad. A veces (o casi siempre), lo filosófico sirve de inspiración, sirve para pensar bonito, sirve para tener ganas de moverse y tomar acción. Al fin de cuentas, si se quiere regenerar el planeta, hay que empezar por regenerar la mente y esto ocurre explorando conversaciones filosóficas.