/ Carlos Arturo Fernández U.
La sabiduría popular nos advierte que “el hábito no hace al monje”, para obligarnos a caer en la cuenta de que muchas veces confundimos la realidad profunda de las cosas con la manera como aparecen externamente. De todas formas, sabemos también que no siempre es fácil distinguir una cosa de la otra, quizá porque tendemos a creer que la manera como las cosas se presentan es una manifestación de lo que realmente son; por eso, otro dicho popular afirma que “la mujer del César no solo debe ser sino también parecer”.
El esfuerzo por comprender la diferencia entre la realidad y las apariencias es muy útil cuando nos enfrentamos con las obras de arte, y mucho más en la actualidad cuando aparece una tal variedad de obras y de artistas.
El problema principal surge cuando damos como un hecho cierto y comprobado que el arte se identifica completamente con la manera como los artistas trabajaron en el pasado, en concreto por medio de la pintura y de la escultura; ser capaz de pintar un cuadro o de tallar una estatua parecía entonces equivalente a ser un artista. E incluso esa identificación se reforzaba con el uso de ciertos materiales: era más importante pintar con óleos que con acuarelas o hacer esculturas de bronce que figuras de cerámica. Y todo parecía resultado de la dificultad: entre más difícil fuera hacer algo, es decir, en la medida en que sabíamos que nosotros no seríamos capaces de hacerlo, más artístico nos parecía.
El arte actual nos invita a pensar de una manera diferente, en la cual se pasa de la apariencia de las cosas a su realidad más profunda. Por supuesto, vemos que el pintor continúa pintando, pero su objetivo no se queda en hacer un cuadro sino que busca crear arte a través de la pintura; es decir, la pintura es solo un medio para alcanzar el fin que es el arte. Y por eso hay personas que saben pintar pero que no son capaces de crear sino que repiten mecánicamente o copian.
En realidad, a lo largo de la historia los artistas han usado recursos técnicos que dependen de las circunstancias, que aparecen y desaparecen sin que se pierda el arte: ya casi no se hacen vitrales o mosaicos ni se pintan murales, por ejemplo, pero el arte sigue, echando mano a las alternativas técnicas y a los materiales que ofrece el presente. Y entonces aparece la riqueza del arte de hoy, en el cual todo parece que puede entrar.
Al lado de la pintura y de la escultura que, por supuesto, siguen existiendo, ocupan cada vez más espacio la fotografía, el video, las instalaciones, las acciones, el arte por computador, etcétera. Y esa multiplicación no va a parar sino que seguirá alimentándose con todos los desarrollos técnicos y sociales.
Sin embargo, tampoco podemos caer en el simplismo de suponer que lo que podemos encontrar en una instalación es lo mismo que antes había en una escultura en bronce: el hábito no hace al monje, ni debajo de todos los hábitos se esconde el mismo tipo de monje… El ejemplo de la música es muy claro: Los Beatles no repiten las óperas de Verdi, y no como resultado de la moda sino porque quieren manifestar mundos diferentes. Así, lo que nos entrega una instalación o una fotografía es distinto de lo que nos ofrece una pintura; pero lo contrario también es cierto y, por eso, hoy pueden convivir las más distintas expresiones artísticas.
En definitiva, no vale la pena aproximarse con temor a las nuevas formas del arte, pues son apenas desarrollos de experiencias vinculadas a nuestra vida cotidiana contemporánea, como las imágenes quietas o en movimiento, la conciencia del valor del cuerpo, el interés por el espacio urbano, la preocupación por la ecología, las reivindicaciones de género, el derecho a la igualdad o la defensa de la sociedad civil.
Porque, lo mismo que en toda la historia, el arte es solamente una manifestación de la condición humana, es decir, de lo que somos nosotros mismos.