Dasso nació en el Nordeste antioqueño y andaba de paso por Madrid cuando lo sorprendió el revolcón tras la muerte del dictador Franco. España lo fue envolviendo y se fue quedando.
La cita es junto a la estatua del oso y el madroño. El verano de Madrid es criminal y el símbolo de la ciudad no ofrece mucha sombra. Espero a Dasso Saldívar. Hace un cuarto de siglo fuimos corresponsales (en aquel tiempo se escribían cartas).
Dasso acababa de publicar su biografía de García Márquez y yo acababa de escribir un libro sobre sus inicios.
Llega a la hora acordada. Trae ropa ligera, una sonrisa permanente y una edición de las Vidas paralelas de Plutarco. Sugiere caminar al café La catedral, para ponernos al día.
Dasso nació en el Nordeste antioqueño y andaba de paso por Madrid cuando lo sorprendió el revolcón social tras la muerte del dictador Francisco Franco. Su intención era seguir hasta París, con la idea de que allí se haría escritor. Pero España lo fue envolviendo y se fue quedando.
Allí gestó El viaje a la semilla. Dedicó casi veinte años a esa biografía que se diferencia de otras posteriores por su acercamiento poético a la vida de García Márquez, a su infancia y su juventud, y por su atención a sucesos que nutrirían su obra. Publicada cuando García Márquez era todavía un escritor activo, la obra de Saldívar le sigue el rastro hasta 1967, cuando aparece Cien años de soledad.
Pide que le cuente mi historia y también cuenta detalles de la suya. Habla de su novela, Los soles de Amalfi, y de las dificultades para que se lea en Colombia. Ahora mismo está escribiendo sobre Manuelita Sáenz (lee a Plutarco porque Manuelita quiso parecerse a Cleopatra hasta en la manera de morir). Compartimos chismes sobre escritores: Vargas Llosa y su vida de farándula, Onetti y Julio Cortázar (lo impresionó lo esquivo de uno y la modesta erudición del otro). García Márquez es un tema recurrente: lo que se ha dicho, lo que no se ha dicho, lo que se dice que no se diga. Reconocemos nuestro privilegio de haber sido contemporáneos y biógrafos de ese hombre excepcional.
La charla concluye con un recorrido por el barrio de las letras. Me indica las casas vecinas de Góngora y Lope de Vega, el monasterio donde yace Cervantes. Lo apasionan los clásicos. Cuenta que acaba de prologar una edición de las cartas de Séneca. Una y otra vez vuelve a Borges. Revive su alegría de ciego bajo la luz amarilla de la rotonda del hotel Palace. Pero su pasión de ahora es Manuelita Sáenz. Está en el momento en que la fiebre casi no deja pensar en otra cosa. Se ha metido en la piel del personaje, como lo hizo con García Márquez, y se dispone a ofrecernos un retrato de su alma. El final de su tarea se vislumbra en la distancia.