Flavin no se limita a encender lámparas sino que crea espacios y realidades y nos invita a descubrir nuevas experiencias. Otra vez, una exposición imperdible en el Mamm.
La exposición de Dan Flavin (Nueva York, 1933-1996), que presenta el Museo de Arte Moderno de Medellín desde el 17 de julio y hasta el 6 de octubre, ofrece la oportunidad excepcional de conocer en directo la obra de uno de los más importantes artistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX, protagonista del Minimalismo, un movimiento que en la década de los sesenta fue punto de partida de muchos desarrollos del arte actual.
Es necesario recordar que el concepto de Minimalismo, que es hoy de uso general, aparece en 1965 para referirse a obras escultóricas que unían un máximo de orden con un mínimo de complejidad formal y expresiva, lo que se traducía en una gran claridad para la percepción del espectador (“lo que hay es lo que se ve”) y, al menos aparentemente, en la eliminación o reducción de intereses significativos. En realidad, fue un rechazo de abstracción geométrica contra los abusos expresionistas e informales de las décadas anteriores y contra el exceso de figuratividad del Arte Pop.
Casi siempre los artistas minimalistas recurrían al uso de elementos industriales corrientes; es algo evidente en el caso de Flavin, quien solo utiliza tubos de neón con sus respectivas estructuras de conexión y soporte, no fabricados expresamente para estas obras sino comprados en normales almacenes de productos eléctricos: los mismos, en tamaños y colores, que cualquier persona podía instalar en su casa.
Ello trae como consecuencia una gran simplificación de formas y de materiales, pues Dan Flavin no interviene ni modifica las lámparas de neón sino que solamente las utiliza como elementos modulares.
Como es obvio, el artista pone en funcionamiento estas lámparas lo que implica que, junto a la contundencia material del metal y del vidrio que quedan a la vista, la obra se crea por los efectos de luz que ellas generan y que, en todos los casos, se ven modificados por la presencia de las estructuras metálicas e incluso muchas veces, por su interferencia. Mientras los demás minimalistas usaban para sus trabajos materiales como láminas de hierro, rejas de acero, baldosas o trozos de madera, Dan Flavin busca, sobre todo, la interacción de materia y luz.
En la repetición y el cambio de los módulos, que en este caso son los tubos de neón, se juega la forma de las obras y, a pesar de lo sugerido por otros minimalistas, sus potenciales de sentido que Flavin explicita en los títulos que les asigna y que se vinculan con evocaciones, recuerdos y hasta con problemas filosóficos.
Podría creerse que toda esta simplicidad y orden implicaría que hay poco que ver en la exposición del Mamm: apenas unos tubos de neón de distintos colores. Sin embargo, ocurre todo lo contrario. Es imposible ver apresuradamente las obras de Dan Flavin. Nos atrapan, nos obligan a detenernos, a mirarlas desde distintos ángulos, de cerca y de lejos, para ver cómo se transforma la obra, cómo cambia la sensación espacial, cómo el color es diferente cuando nos aproximamos y cómo se expande cuando nos alejamos.
Flavin no se limita a encender lámparas sino que crea espacios y realidades y nos invita a descubrir nuevas experiencias. Otra vez, una exposición imperdible en el Mamm.
Una sensación que tiene algo de mística, como bajo los vitrales de una catedral gótica que no solo era arquitectura sino también teología de la luz. Conexión inmediata con lo intangible y trascendental. Pausada y profundamente tranquila. Silenciosa.