Dámaxo Henao: el cielo en el patio

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Las obras que Dámaxo Henao (Medellín, 1995) presenta en el museo MAJA de Jericó se inscriben en una serie titulada “Indagaciones sobre el patio. Un templo de intimidad”. 

En la perspectiva del artista, el trabajo sobre el patio explora un mundo de significados que va más allá de simples referencias visuales; es decir, no se limita a dar cuenta de la dimensión arquitectónica de un lugar ni tampoco a ofrecernos detalles anecdóticos que se pueden descubrir en un espacio doméstico. Este patio, definido como “un templo”, no es meramente un lugar que se ocupa, donde apenas transcurren las horas y los días, como si fuera parte de una especie de envoltorio construido con un valor apenas utilitario. Es, más bien, un ambiente que nos interesa, no porque sea práctico o funcional, sino por las posibilidades de sentido que puede generar, por las sensaciones y pensamientos que nos permite experimentar: en fin, un espacio que se habita, un pequeño universo personal, un “templo de intimidad”.

En las últimas décadas se ha discutido mucho acerca del sentido del habitar. El diccionario lo vincula con palabras como asentarse, arraigarse, establecerse, anidar, siempre comprendidas en el sentido de que son procesos propios de los seres humanos. En el habitar nos ubicamos y orientamos: como Don Quijote que, al regresar a su casa, descubre que allí, finalmente, él sabe quién es. Quizá la obra de Dámaxo Henao nos habla de que podemos reencontrar nuestro lugar en el mundo.

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Con frecuencia pasamos por alto que, en la arquitectura moderna, al movernos de la casa tradicional al edificio de apartamentos, perdimos el patio. Ahora se nos impone mirar un mundo que dominamos desde arriba y a lo lejos, al menos idealmente protegidos de las variaciones del clima que vemos, a lo mejor, como una especie de telón de fondo, maravilloso pero distante. Y si se acepta que el medio en el que vivimos condiciona nuestras formas de pensar, quizá nuestra visión del mundo, lo mismo que el concepto implícito en nuestra forma de habitar la realidad, se ha vuelto más pragmática y funcional, menos inclinada a los símbolos y a las implicaciones poéticas.

Y es justamente entonces cuando las pinturas de Dámaxo Henao se plantean como una exploración de sentido y de poesía visual y existencial. Quizá queden pocos ejemplos de las casas tradicionales, en las cuales la vida se desarrollaba alrededor de un patio que se convertía en espacio de reposo, de contacto con las plantas, a veces acompañado de la musicalidad del agua y, sobre todo, abierto al cielo: un cielo sobre nosotros y no visto a la distancia como el “telón de fondo” que experimentamos desde las ventanas de un edificio. Dámaxo Henao no está interesado en recuperar las implicaciones nostálgicas de aquellas experiencias del pasado; quizá, más bien, a través de su obra nos lleva a un espacio cotidiano, como es el patio o lo que queda de él, y nos invita a caer en la cuenta de la peculiar carga poética y emocional que lo habita.

La mirada se dirige a diferentes detalles, altos y bajos, grandes y pequeños, presentados en pinturas al óleo con una exactitud casi fotográfica, en tamaños correspondientes a los elementos originales – un zócalo, una silla, el tendedero de la ropa, una maleza que empieza a brotar –  y, en buena medida, dispuestos en el espacio expositivo en una especie de instalación que hace referencia al ambiente original: lo alto y lo bajo, lo grande y lo pequeño, todo en un espacio habitado está cargado de una poesía que, como afirma el título de la exposición de Dámaxo Henao, solo se descubre desde la propia intimidad.

Cielo es una pequeña pintura al óleo sobre lienzo que se impone por su construcción geométrica y el contraste contundente de sus colores planos, el azul intenso de un cielo perfecto más allá de un fragmento de pared blanca, apenas separados por la fila de tejas. Un efecto de monumentalidad que se impone sobre las limitadas dimensiones del cuadro y que, de nuevo, nos hace mirar al cielo.

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Pero Dámaxo Henao crea también una pintura de gran formato, titulada Delimitación de cielo, rigurosamente azul. Entonces, en ese templo de intimidad del patio que la obra del artista convierte en centro del mundo, la perspectiva de ese azul infinito nos permite ubicarnos y saber quiénes somos: seres fugaces sobre la tierra con el cielo sobre nosotros, abiertos a las experiencias y sentidos de la realidad que habitamos.

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