En Vivir en El Poblado continuamos nuestro propósito de dar a conocer los nuevos artistas de Medellín. En esta portada, una obra de Julieta Gómez, egresada de la Fundación Universitaria Bellas Artes.
El cuerpo humano ha sido, quizá, el problema más permanente a lo largo de toda la historia del arte. Sin embargo, durante por lo menos los últimos cinco mil años nos acostumbramos a reducir la relación entre el arte y el cuerpo a la mera representación a través de la pintura y de la escultura.
Por eso, paulatinamente, a lo largo de un período tan extenso, fuimos perdiendo la conciencia de que los orígenes del arte, incluso anteriores a la aparición de nuestra propia especie, estuvieron vinculados con el cuerpo, sobre todo por medio de la danza y de la pintura corporal. Aunque en la historia no se pueden absolutizar los procesos, puede afirmarse que, en general, el propio cuerpo del artista quedó al margen del arte, con implicaciones que ahora nos resultan evidentes: si, como es obvio, nos relacionamos con el mundo a través del cuerpo, ese distanciamiento condujo, necesariamente, a la pérdida de contacto entre el arte y la realidad y al desarrollo de procesos artísticos en los cuales predominaba una actitud de contemplación pasiva e intelectual de la realidad. A veces, en especial a finales del siglo XIX, algunos artistas buscaron superar la ruptura afirmando su propia vida como obra de arte, lo que, sin embargo, condujo a un aislamiento aún mayor, con la creación estética encerrada en una especie de torre de marfil.
Desde comienzos del siglo XX muchos movimientos artísticos buscaron romper la pasividad contemplativa y recuperar la sensibilidad, comprometiendo directamente el cuerpo en la creación de la obra. El “performance”, definido con frecuencia como una obra de acción, es un arte que se desarrolla en vivo, en un espacio y un tiempo concretos en los cuales, por lo general, está físicamente presente el artista que interactúa con el público. Acción que reivindica el cuerpo y que plantea problemáticas relacionadas con él, muchas veces puntuales, encuadradas en el contexto histórico, social y cultural del artista; un arte inquietante e incluso molesto, de reflexión y denuncia.
Julieta Gómez Ruiz (Itagüí, 1999, @jugoruart) es una artista dedicada al performance. Como ocurre siempre en este terreno, su obra-acción que, como se ha dicho, se desarrolla en vivo, es efímera por naturaleza; de ella nos quedan registros y documentos que, evidentemente, existen en una dimensión distinta a la de la obra misma y tienen efectos diferentes.
La obra de Jugoru, seudónimo con el que se presenta, se estructura a partir de la idea del Cuerpo hecho a medida, que da título a algunos de los materiales permanentes que se generan a partir del performance. El punto de partida son las fajas que encorsetan y oprimen el cuerpo, lo hieren y eliminan su libertad, con el único objetivo de ajustarlo a los esquemas corporales impuestos por la publicidad de la sociedad de consumo. Un Cuerpo hecho a la medida, en el cual no se piensa en el cuerpo como la realidad de la propia existencia sino como la máscara para ajustarse a lo que los esquematismos con los cuales somos observados, es decir, a las normas externas que hacen del cuerpo un objeto de consumo, desechable, apenas una forma aparente.
El performance es, casi siempre, molesto, porque nos interroga y desacomoda. En ese sentido, la obra de Julieta Gómez pone el dedo en una llaga que, casi siempre, la sociedad actual quiere ignorar: por aparecer como los demás quieren, muchos están dispuestos a renunciar a su ser más íntimo que es el propio cuerpo.