¿Cuerpo o mente? Hay que decirlo rápido: en el que era nuestro mundo este divorcio ya existía. El ser, expresado en pensamientos dominantes, atrofiaba nuestro estar.
No soy partidaria del cliché del intelecto: de la imagen de un ser universal cuya única manera de sobrevivir en el mundo es cultivando todo aquello que piensa. Soy hija de la mente; pero, amante insaciable de los cuerpos. Me gusta ver el sudor que cae de una frente, rozar las manos sobre la piel del ser que deseo; sentir los besos al igual que los aromas; bailar. Me gustan los cuerpos y el calor de los otros, con la misma intensidad con la que hoy el mundo entero les teme.
Antes de que empezáramos a narrar la pandemia que hoy es tirana de nuestras historias, la mente ya dominaba nuestro cuerpo. Socialmente, el ser era de entrada más importante que el estar, por más que adornáramos esa estadía en gimnasios y en clínicas de cirugías estéticas. El tiempo, implacable, aplastaba con su pie al espacio, para decirnos que era él quien importaba.
Fue tanta la insistencia, que este sobresalto al que llamamos Covid nos sorprendió con una noticia apremiante: los cuerpos sí nos importan. Nos hemos enterado del titular en dos meses de encierro, en 60 días contados y tachados en el calendario donde si bien sabemos parte de lo que el otro piensa, deseamos como pocas cosas sentir lo que sale de su piel, deleitarnos con su mirada, con algo más que sus palabras. Somos, como humanos, una casa integral donde se conjugan pensamientos y deseos y si bien Oriente ya lo sabía, nosotros, por la fuerza de un virus, lo estamos descubriendo.
No seremos los mismos si no volvemos a tocarnos. El poema finalizará cuando dejemos de sentirnos. Lo sé y por eso leo con ironía las hipótesis de aquellos que afirman que “distancia física no es distancia social”. No somos socialmente sin la presencia del otro porque, al final del día, es la expresión del cuerpo nuestra única certeza.
Este virus, contrario de lo que muchos piensan, vino para mostrarnos la importancia de la proximidad física sobre cualquier virtualidad. Para decirnos que tocar una montaña y sentir las olas del mar entre los dedos gorditos del pie es mucho más potente que recrear su idea o mirarla en una fotografía. Para mostrarnos que, tanto nosotros como la naturaleza, estamos vivos y sentimos. ¿Qué pasará mañana?