Cucarrón

Después de un año de aplicar consistentemente la estrategia del cucarrón, que lo lleva a chocar continuamente contra las paredes, nuestro precariamente legítimo presidente Petro tiene dos clases de oponentes: los que creen que es demasiado brusco y radical con sus reformas y propósitos de cambio, y los que creen que es demasiado lento y tibio.

Los unos creen que las cosas van tan mal porque se le ha ido la mano en izquierdismo, y los otros aseguran que su problema es el contrario, lo que le está faltando es izquierdismo.

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Es un hecho que muy pocas personas por fuera del Palacio de Nariño, o quizá de su familia, creen que este presidente lo está haciendo realmente bien. Brillan por su ausencia los que se declaran maravillados ante sus dotes de estadista, su disciplina de estudio, su capacidad de persuasión o de negociación, la claridad de sus discursos y políticas, o su manera de entender y explicar la realidad.

Realidad que, siempre terca, se resiste a coincidir con lo que este presidente, superficial, primario y altanero, expresa continuamente por X. El tiempo que algunos presidentes invertían en estudiar documentos o consultar con sus asesores, o reunirse con sus ministros, este lo malgasta mal-escribiendo lo primero que se le viene a la cabeza.

Esa versión tan suya de la realidad también sale a flote en los pocos eventos a los que finalmente decide asistir cumplidamente y echar su discurso. Los asistentes que lo oyen con cuidado entrecierran los ojos y se cruzan miradas, como insinuando, dime que no es verdad lo que estoy oyendo…

El único requisito parece ser, ya prescindiendo de la realidad real, que sea ofensivo o retador para sus cada vez más numerosos contradictores y ex-admiradores. O que sea agradable para sus amigos de la izquierda internacional, por lo general muy necesitados de cariño.

Pero llegar a confundir a la hija de Salvador Allende con la escritora Isabel Allende es alcanzar un nivel de desconexión que no habíamos visto en presidente alguno. Logrando, en una muy pétrica carambola a tres bandas, quedar mal con todos al mismo tiempo.

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Echarle la culpa de todo lo malo a Duque, que a diferencia suya sí estudiaba, dialogaba, profundizaba y entendía cómo funciona el país. O elogiar a Cuba mientras se insulta a Perú. O pedir a las discotecas que instalen detectores de fentanilo para las drogas de sus clientes.  O pagarles a los malos por ser malos, con el riesgo enorme de que muchos buenos se vuelvan malos. ¡Cucarrón en acción!

Alcanzamos nuevos niveles de insensatez. Avergonzando al mismo tiempo a amigos y enemigos, a nacionales y extranjeros. Y con metidas de pata casi diarias, disparando la producción de memes a niveles insospechados. Solo comparables a los chistes de Turbay que acompañaron y alegraron nuestra adolescencia.

Nos quedan tres años de improvisación y despiste presidencial, de presenciar cómo con su estilo petro-caótico seguirá chocando con las paredes, en busca de una salida que no va a encontrar.

El humor negro será nuestra compañía.

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