En Vivir en El Poblado seguimos dando a conocer el trabajo de los nuevos artistas de la ciudad. En esta portada, una obra de Daniela Arteaga, artista plástica recién egresada de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.
Quizá debamos remontarnos a los tiempos del Renacimiento para encontrar el momento en el cual las artes asumen una perspectiva individualista, en contra de desarrollos más colectivos que habían predominado antes. El artista parece haber decidido, muchas veces, que el punto de vista que importaba era solo el suyo y que las demás personas eran apenas espectadores de su genialidad y destreza.
Esta situación de hipertrofia de la figura del artista se acentuó con los movimientos expresionistas del siglo XX que concibieron el arte como la exteriorización del mundo íntimo de quienes lo creaban. Frente a ese estado de cosas, en las últimas décadas se produce una revolución en la que el centro del arte se ubica en problemáticas antropológicas, sociales y culturales, sobre las cuales el artista investiga con la finalidad de producir un tipo de obra que busca generar una transformación de una situación específica. El resultado es un arte que se entiende como proceso de participación y de intervención social. Es claro, entonces, que, como cualquier investigador, a partir de un proyecto el artista se lanza en una dirección de apertura conceptual cuyos resultados no controla, sino que debe respetar, hasta llegar a una creación que, en último término, es producto del diálogo con la realidad y con un medio social determinado y no de una destreza previamente adquirida.
Daniela Arteaga (Medellín, 1999) desarrolla un proyecto de investigación-creación titulado ¡Qué yugo!, a través del cual busca analizar las relaciones de dominación y violencia que padecen las mujeres, en el ámbito doméstico de una sociedad fuertemente patriarcal como la nuestra. Es frecuente pensar que eso ocurre solo en otras casas, pero no en la nuestra, porque casi siempre desconocemos que esas violencias, muchas veces silenciosas, se esconden tras una apariencia de normalidad cultural. Consciente de ello, Daniela Arteaga promueve espacios de conversación y de trabajos domésticos compartidos entre 11 mujeres de su propia familia, en los cuales, respetando la dinámica de cada una de ellas, se fueron poniendo en común recuerdos, frustraciones, logros, deseos y vivencias alrededor de la casa.
Como parte de esas conversaciones, y dentro de distintos procesos que forman el proyecto total, se dieron a la tarea de bordar sobre servilletas los planos de las casas donde cada una de estas mujeres ha vivido como en un hogar o ha padecido como una hoguera. El diálogo avanzó hacia la intervención sobre los bordados de las demás, como una forma de hacerse conscientes de lo vivido por todas ellas y, de esa manera, poder encontrar formas de sanación.
Luego deciden unir todas las servilletas bordadas en una especie de mantel de picnic, que la artista titula Hogar – hoguera, alrededor del cual se reúnen semanalmente para comer, en un encuentro que las refuerza y las sana. Más que una bella obra de arte, Hogar-hoguera es algo mucho más profundo y vital: un mantel de picnic que reúne.
El trabajo de Daniela Arteaga expresa el interés de muchos artistas contemporáneos que quieren abandonar el regodeo en un arte hermoso, pero sin resonancia social, y deciden renunciar a la seguridad que ofrecía la tradición, para crear una obra contextualizada y pertinente en el marco de las reflexiones culturales contemporáneas.
Si, como ha ocurrido siempre a lo largo de toda la historia, tenemos la libertad interior necesaria para abrirnos sin perjuicios al diálogo con las obras, incluso un mantel de picnic, simple solo en apariencia, puede entregarnos un universo de significación que nos cambia la vida.
Pero tenemos que estar dispuestos a dejarnos afectar.