Sobre la tela blanca de la diminuta carita de una muñeca de trapo, dos puntadas son los ojos y un hilo es la boca. Está sentada sobre una banca de retazos, con una bolsa del Éxito a su lado, y el vientre abultado de algodón que, en otra parte del tejido que habita, se vuelve un niño de tela y lana. Esta fracción, esta muñeca es Diosa García, viviendo un momento duro que quiso recordar: cuando, por quedar en embarazo, tuvo que vivir en la calle.
A un lado está el edificio Coltejer, construido con pedacitos de tela gris. Más abajo, al principio de la historia, la casa de su familia en San Rafael, donde Diosa creció rodeada de animales,columpios, plantas y ríos. Esta misma casa está representada en el lado opuesto de este lienzo de hilos y telas, pero allí el techo rojo está roto y atravesado por un árbol que creció en el abandono, y sobre la tierra fértil la aguja de Diosa bordó esqueletos humanos enterrados en una fosa común hecha en su patio.
Hace un año aproximadamente, Diosa comenzó a bordar, pegar retazos y hacer muñecas con brazos delgados para representar su vida. Desde su infancia y juventud en el Oriente antioqueño hasta sus múltiples trabajos con víctimas y victimarios en Medellín, en barrios como San Blas, Enciso y San Javier, 37 muñecos interactúan en una obra presidida por un corazón lleno de heridas y la palabra ‘Recomenzar’.
Ella inició este proceso junto a otras personas víctimas del conflicto, en un proyecto de Extensión Cultural de la Universidad de Antioquia llamado Memoria, Tejido y salud mental, que trabaja con tejedoras de Argelia, Sonsón, San Francisco, Nariño, Frontino, Mutatá y Medellín. Ese fue el principio de La vida que se teje, una exposición que tiene lugar en el Museo de Antioquia donde participan personas tejedoras, en su mayoría mujeres, de otros lugares del país como Chocó, Putumayo, Bogotá, Mampuján (ganadoras del Premio Nacional de Paz), pero también de México, Ecuador, Chile, El Salvador, Perú, entre otros lugares.
En las dos salas de la muestra, diversos estilos y vivencias cuentan historias particulares que confluyen en visiones similares. En varias telas, los uniformados eran representados como seres sin rostro, sonrientes o cubiertos con un pedacito de tela negra. Una pequeña historia cosida por las mujeres de Mampuján, muestra a una figura vestida de blanco que grita al cielo “¡No más!”, mientras su uniforme camuflado yace en el suelo.
Según Beatriz Arias, curadora de la muestra y coordinadora del proyecto de Extensión Cultural, “la muestra fluye en una narrativa, en el sentido de la vida que se teje, porque si bien es cierto que la vida se teje en el sufrimiento también lo hace en la resistencia y en la vida cotidiana. Hemos trabajado también enfocado al tema de salud mental, en podernos nombrar desde distintos lugares, que no somos una sola historia sino muchas”, explica la curadora.
Por esto, pueden encontrarse historias de la Vida cotidiana (en muchos casos, pequeñas muñecas tejiendo), Memorias del dolor, la dignidad y la resistencia, Movilización social (las mujeres de Bojayá se representaron a sí mismas en un plantón) y Trayectorias de vida. El tejido es el medio, porque, como explica Beatriz, “es un oficio ancestral que lo tenemos muy arraigado a nuestras prácticas campesinas e indígenas”.
“Son mujeres que han tejido para denunciar lo que ha pasado con sus familias y su sufrimiento”, complementa. En la historia de Diosa, están presentes todas las etapas de su vida. Recuerda en una esquina la Paloma de Botero explotando, que ella escuchó porque cinco minutos antes había pasado por allí; también, señala los cuerpos de jóvenes de su barrio que eran asesinados y amontonados en lotes baldíos, por los que ella pasaba todos los días cuando iba a trabajar. “El corazón que puse está lleno de parches y de retazos, pero me miro y veo que estoy bien y viva, que me he logrado restablecer, siempre con la idea de empezar de nuevo”, reflexiona Diosa.
En muchas situaciones se hace a sí misma ayudando a los “chicos” de la comuna 13 a salir de la delincuencia y la droga o apoyando a las mujeres víctimas que llegaban a los grupos de autoapoyo. “Así uno sepa que en otras partes pasa lo mismo, uno se siente solo, siente que las cosas le pasan por algo e incluso que se lo merece, hasta que llega a este tipo de lugares”, explica.
Isabel González, también curadora de la muestra y parte del proyecto, describió que la idea es consolidar la red latinoamericana de tejedoras, que tuvo su primer encuentro el pasado 28 de abril: “Sigue comenzar a hacer acciones. Tenemos una gran fortuna y es que los colectivos llevan haciendo esto hace muchos años: falta es generar mecanismos de seguirnos encontrando”.