Corte de televisión

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Corte de televisión

/ Carlos Arturo Fernández U.

La obra de Norman Mejía (Cartagena 1938 – Barranquilla 2012) es una de las más violentas de la historia del arte colombiano, hasta el punto de que resulta casi imposible enmarcarla en ella. Se trata, de todas maneras, de una violencia de carácter existencial y no solo relacionada con los conflictos sociales del país.

En 1965, con apenas 27 años y una formación autodidacta, recibió el primer premio de pintura en el Salón Nacional con el cuadro “Horrible mujer castigadora”, que desde entonces se convirtió en el paradigma con el cual es identificado su trabajo. Sin embargo, poco antes, a propósito de su primera gran exposición en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, Marta Traba ya había escrito que Norman Mejía llegaba para romper las convenciones del arte en Colombia, representado entonces por valores establecidos y aceptados como Obregón, Botero y Ramírez Villamizar. Esa obra destruía la ilusión de que en las dos décadas anteriores Colombia había encontrado un camino estable de modernidad artística; y, aunque con aquellos valores ya “convencionales” apenas empezábamos a romper con los esquemas académicos, Norman Mejía nos abocaba a la discontinuidad y al caos. Tras la armonía poética que se imponía entre los artistas modernos colombianos, abstractos, semiabstractos o figurativos, él aparecía con un grito visceral, violento y destructivo de cualquier rezago de belleza.
“Corte de televisión”, en la colección del Mamm, es un pequeño óleo sobre lienzo, de 57 por 40 centímetros, de 1964, que se ubica, por tanto, en el momento de la gran fractura operada por Norman Mejía, muy anterior a eventos como las Bienales de Arte de Coltejer que, como resulta claro, tampoco son la fuente única de nuestras vanguardias.
El concepto de “neo-figuración” que se aplicó a este tipo de obras, que aparecen en todo el mundo hacia mediados del siglo, refleja muy bien el desconcierto que suscitaban. Porque aquí no se crea una figura sino que se destruye, hasta hacerla prácticamente irreconocible; y es un acto de destrucción que Norman Mejía repite en una amplia serie de imágenes de mujeres, de las cuales se dijo que parecían descuartizadas.
Pero incluso resulta difícil identificar los elementos de este cuerpo que, más bien, se nos imponen por la presencia física de sus referencias y de las formas y el color. En otras palabras, este amasijo de fragmentos se aleja completamente de la idea de representar al ser humano como medida de todas las cosas y, en cambio, nos ofrece una descarga de energía, inconsciente e irracional que es la del caos y el conflicto existencial.
Por lo demás, la violencia de Norman Mejía contra las tradiciones figurativas estuvo también acompañada por un permanente desacuerdo con galerías, museos, historiadores y críticos de arte, lo que lo llevó a un casi total aislamiento; él mismo afirmaba que había sido excluido de la historia del arte colombiano porque eso era más fácil que enfrentar la realidad que gritaban sus obras. Por eso, el recién fallecido pintor sigue siendo una figura incómoda para los esquemas del arte, y su obra un mundo todavía por descubrir.
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