Corazón de mantequilla
Por José Gabriel Baena
Había una vez dos personajes de novela que vivían en mis 66 obras inéditas dentro del anaquel de la cocina, y se llamaban Vampiretto y Funeralda, eran vampiros vegetarianos y se mantenían leyendo en voz alta interminables cuentos de pérfidos ateos o sobre ellos mismos, como por ejemplo:
“ -Nada mejor para empezar una buena y triste historia que sentarse un largo día de verano en el trópico, digamos el 20 de diciembre de 2012, al borde de la piscina de sangre tibia, oyendo a los Rolling Stones y su coro de once mil vírgenes desnudas cantando You can´t always get what you want y, después de llorar a lágrima suelta entre 12 y 15 minutos hora estándar del Este, tomarse una ginebra doble y sentarse a filmar este cuento neofantastic, así: “Tras montes y valles, en tierras remotas, había una princesa más linda que la luna, o digamos que el sol, más dulce que el moscatel, o digamos que la miel, y no tenía esta princesa ni padre ni madre ni hermana ni hermano ni otros parientes, y se hallaba tan sola en el mundo como árbol solitario a orillas del camino, ya dijimos que este va a ser un cuento bien triste, más triste que Los Rollos del Mar Muerto del Amor que escribiste cuando perdiste para siempre el amor, y como si fuera poco tres brujas malvadas, envidiosas de la belleza de la infanta, la tenían hechizada. Y entonces llegó el apuesto caballero y gallardo aventurero Vampiretto desde los confines del mundo y le dijo citando a Cervantes: -¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequilla? ¿Qué te persigue o acosa, ánimo de ratón casero? Y con su espada deshizo el conjuro, y las tres brujas se desintegraron en pavesas, y en recompensa la princesa, que casualmente se llamaba Funeralda, le obsequió al húsar Vampiretto, pues era un húsar húngaro, un gran libro llamado El Gran Libro de Cuentos de Tapas Negras y una enorme vela, y le dijo: “Aquí te dejo, no tardarán en resucitar las brujas, y si quieres hacerme tuya enciende el cirio y lee el Libro y no te dejes interrumpir, y sobre todo no levantes la vista del libro, pase lo que pase y digan lo que digan”. Y Vampiretto cumplió con su deber y al momentito la princesa fue suya a la luz de los candiles. Y el libro que le obsequió la princesa era ESTE MISMO, para que lo leáis en temor y prudencia. Así… mientras el tiempo pasaba lentamente, nuestros protagonistas se amaban como dos tiernas palomas y vivían felices y contentos y por la tarde hacían su siestita soñando con héroes y heroínas y morfinas y hachís, benditas drogas enviadas por Alá, y leyendo luego más cuentos sobre ellos mismos, así:
“-Sucede que había en la profunda selva algunas hermandades constituidas por monjes que, rebeldes a las enseñanzas de Saulo de Tarso y de Temístocles, buscaban en el egoísmo y el bandidaje la imagen engañosa de la sabiduría y se les conocía como los 80 Malvados Ascetas Desnudos, quienes no vivían de limosnas sino del asalto sangriento y a mansalva. Después de avistar en un claro a Vampiretto y Funeralda se dirigieron durante la noche a la Famosa Roca Negra, pues sabían que tarde o temprano, extraviados en el bosque, nuestros héroes estarían allí después de ponerse el sol. Así sucedió, y una vez Vampiretto y Funeralda se hubieron alojado en una casita que servía de abrigo a los desgraciados viajantes, 900 (o 700) de los 80 Ascetas Desnudos se acercaron al albergue intimándoles rendición, amenazando con prender la casa si no se entregaban por las buenas. Pero Vampiretto y Funeralda, que tenían la facultad de conocer todos los pensamientos –como sucede en las antiguas y buenas novelas-, supieron que los iban a matar, y se hicieron muy pequeñitos y se deslizaron por el ojo de la llave y, volviéndose invisibles, escaparon en las mismas barbas de los Herejes Bandidos Teólogos. Y unos 200 años después, en el siglo 21, y para establecer la topografía de este cuento, Vampiretto tomó a Funeralda de la cintura y la hizo montar detrás de él en su mismo corcel, porque llevaba corcel bien aprestado y apercibido de armas y ricas viandas, y regresaron a su palacio sobre los precipicios en el corregimiento de Santa Elena de la Maldita Medellín de Indias, con vista a la presuntuosa ciudad.
Deberemos decir aquí también que en el vasto jardín de Funeralda y Vampiretto, en alguno de sus mágicos y ocultos rincones, perdido entre macizos de flores de altísimos tallos, vivía acurrucadito desde hacía muchos años, quizá desde el principio de los tiempos, un anciano mago cuya hermosa cabeza semejaba un ovillo de lana de las ovejas de la luna, esto es, ovejas de lanas de plata, cabellera maravillosa que se prolongaba con las barbas, plateadas también. ¿Y para qué mencionamos la existencia de este anciano mago? Pues parece ser que se escapó de otro cuento donde no le daban desayuno ni sopitas ni su copita doble de jerez para dormirse. Ser personaje de cuento es oficio bien difícil, sobre todo cuando se entra en la edad de los achaques y lo descuidan a uno los autores. Y entonces nuestros jóvenes protagonistas lo cogieron de su cuenta y lo invitaban a sus abundantes cenas bañadas en vino. “-Por todo ello y lo que hemos atravesado de vida en vida –citaba siempre Vampiretto a Gao Xingjian– no conviene sondear las almas, no conviene buscar las causas y los efectos, no conviene buscar el sentido, todo no es más que caos. No tienes ganas sino de exponer los hechos valiéndote de un lenguaje que trasciende las relaciones de causa y efecto y de la lógica. Se han contado ya tantas tonterías que nada te impide seguir contando más”. Y cantando Flores muertas, el mejor bolero de los Stones, se despide de vosotros Josecito Nosesabe. FIN