El entorno empresarial colombiano ha madurado notoriamente. Un estudio de EY reveló que el 31 % de los empresarios consideran que sus organizaciones están en fase de crecimiento, buscando oportunidades para consolidarse. Y, aunque aún tenemos desafíos en productividad y consolidación empresarial, el auge de creación de nuevas compañías y el espíritu emprendedor fortalecen la cultura empresarial y propician el escenario para creación de políticas públicas que aumentan la autonomía, eficiencia y competitividad.
En los últimos años, y en respuesta a cambios locales, regionales y globales, hemos visto un incremento en las transacciones empresariales en Colombia; protagonizadas, en muchos casos, por grupos extranjeros adquiriendo empresas locales pequeñas, medianas y grandes. Casos como Grupo Nutresa, Grupo Familia, Grupo Orbis y El Éxito son solo algunos de los más sonados en los últimos 3 años, y solo en 2024 se registraron 281 fusiones y adquisiciones, por un valor de US$6.738 millones, según el informe anual de TTR Data. Estos movimientos, junto a conceptos cada vez más comunes como Venture Capital, OPA, Exits y M&A, nos llevan a una pregunta que vale la pena poner sobre la mesa: ¿estamos construyendo un ecosistema con visión de grupo empresarial o con lógica de fondo de inversión? La diferencia no es menor, y sin pretender definir cuál es mejor para el país, vale la pena explorar ambas miradas: un grupo empresarial (especialmente aquellos con raíces locales o regionales) suele tener una visión de largo plazo, con enfoque en desarrollo económico y social. Invierten no solo por retorno financiero, sino también por encadenamientos productivos, visión sectorial, consolidación territorial y, en muchos casos, por vocación de país. Por el otro lado, la lógica de fondo de inversión opera con horizontes más cortos, con foco en eficiencias y retornos. Evalúa, interviene, optimiza pensando en una salida desde el inicio. Este enfoque ha sido clave para dinamizar capital, innovar rápidamente y profesionalizar muchas compañías. Su aporte ha sido importante para activar un ecosistema empresarial como el Colombiano.
Pero, ¿qué pasa cuando una de estas lógicas se impone como única?
Si todos jugamos con la lógica del retorno acelerado, el tejido empresarial que construimos puede ser frágil, desconectado del territorio y con poco compromiso a largo plazo. Pero también, si predominan grupos empresariales estáticos, que acumulan sin transformar, corremos el riesgo de consolidar una economía cerrada, poco innovadora, que pierde relevancia y capacidad de adaptación. Construir sobre ambos escenarios es necesario para consolidar un entorno empresarial maduro. Los países que han logrado escalar su desarrollo económico como Corea del Sur, Israel o incluso Chile, en ciertos sectores, han entendido que la clave está en combinar inversiones ágiles, riesgosas, y ambiciosas, apalancados en grupos empresariales locales sólidos que piensan en el largo plazo.
El reto no está en elegir entre uno u otro, sino en construir un punto de equilibrio que no se vea amenazado cada vez que cambian las condiciones del mercado o se agudiza la incertidumbre nacional o global. Ese punto de equilibrio se construye cuando medimos el retorno en múltiplos financieros o eficiencias operativas, y también en empleos de calidad, aumento en la productividad, fortalecimiento de capacidades y visión compartida de futuro. Al final el valor no está solo en el capital que retornan las inversiones, sino en el país que se construye con este capital.