Por Laura Montoya Carvajal
Estas consultas de psicología clínica ocupan la mayor parte de su día, y en ocasiones de su noche. En otros momentos asiste a un centro de meditación que tiene hace dos años y atiende un grupo terapéutico.
“Últimamente le he entrado muy fuerte al tema de la meditación. Me parece que no hay una forma mejor de conocer la mente que sentarse a observarla”, explica.
< Juan Sebastián Restrepo
La unión de la meditación y la psicoterapia la encontró cuando estudió Psicoterapia Gestáltica Integrativa. También, de este mismo movimiento, fue director de la Escuela de Gestalt Claudio Naranjo Colombia durante tres años. “Ese límite entre psicoterapia y espiritualidad no queda muy claro, entendiendo esta última como una construcción de sentido, y el único entrenamiento que realmente expande esa necesidad es la meditación. De la mano de la meditación los pacientes aprenden a observarse y conocerse y eso tiene efectos clínicos también”, argumenta Juan Sebastián.
Por eso, considera esta práctica “la medicina definitiva”. Para él, haber obtenido ese conocimiento, así como el de los terapeutas de la escuela Gestalt, le permitió encontrar lo que buscaba cuando entró a estudiar.
“Casi todos los que estudian Psicología lo hacen para resolver sus problemas propios, hasta que se dan cuenta de que no es por ahí. Estudiar como se plantea en Occidente implica sentarse frente a un tablero a escuchar teorías absolutamente desconocidas y repetirlas como una lora. Solamente hasta que encontré reales maestros terapéuticos que me metieron en el ruedo y me confrontaron fue que pude darles cara a mis problemas”.
Para él es esencial estar bien, siendo el terapeuta. Dice al respecto, que estar bien “es haber enfrentado sus demonios, conocer su parte enferma, sus sesgos, sus límites, sus traumas y repeticiones en la vida. En la medida en que un terapeuta encara su propia enfermedad, crece”.
Juan Sebastián vive en Bogotá con su pareja Verónica Orozco y su hija de cuatro años Violeta. Su forma de llevar la vida de psicólogo, por un lado, y de padre y pareja, por el otro, es entendiendo que “no soy el terapeuta de ellas”. “Respeto el gusto y la inclinación de cada una. Me gusta sobre todo estar ahí, no sabérmelas todas, sino asumir una postura más bien humana y humilde, más amorosa”.
También, apunta, es necesario tener un espacio para trabajarse a sí mismo, para desahogarse y enfrentar los planteamientos que se tienen día a día en el trabajo.
“Es importante no ubicarse en el lugar del salvador. Se llega a un punto donde uno entiende que tampoco se puede echar encima los problemas de los pacientes, ni hacerle terapia a la familia. Hay que creer mucho en la humanidad y en la capacidad que cada uno tiene de hacerse responsable de su crecimiento, con las herramientas que yo puedo brindar como terapeuta”, reitera. Agrega que, en su escuela, el tratante debe considerarse y demostrarse tan humano como su paciente.
Lo que impulsó su carrera y la voluntad de atender sus 50 pacientes actuales y crear su centro de meditación es que desde muy joven le interesó trabajar con personas, poniéndose a su servicio. Por eso durante siete años trabajó en psicología social comunitaria, pero también ahora es columnista del periódico Vivir en El Poblado y de la revista Cromos.
“Las columnas son inquietudes, obsesiones, preocupaciones. Siempre mi pregunta es ¿qué es lo que la gente necesita para defender su humanidad, defender el amor y hacerles resistencia a tantas fuerzas sociales que son enfermizas?”. En ellas el psicólogo hace preguntas fundamentales que en su opinión, la humanidad ha dejado de hacerse, frente a la felicidad, por ejemplo.
También trae a reflexión aspectos de la vida que son comunes, pero en su opinión, incorrectos o dignos de análisis. En una de sus columnas, Palabras muertas, publicada el pasado marzo en este periódico, cuestiona el uso de palabras comunes para enfrentar situaciones, pero también para ocultarlas. De ejemplo comenta que lo digno de resaltar se le atribuye al ‘yo’, pero cuando algo incomoda, se dice ‘uno’. En vez de “yo no te amo”, se dice “uno deja de amar”.
“Hay que saber hacer preguntas y no dejársela fácil a la gente, en el sentido de volver a caer en un discurso de la psicología del siglo XXI que son un poco pañitos de agua tibia. Yo busco hacer una lectura de los puntos más ciegos de nuestro pacto social”, explica el psicólogo.
En el futuro, Juan Sebastián espera que sus proyectos actuales crezcan, en especial el centro de meditación. “Ojalá tener una tierrita en las afueras de Bogotá, y tener más retiros y más opciones para meditar”, dice. Sin embargo, se define como no muy obsesionado por los objetivos, sino que más bien trata de mantenerse y crecer.
“Para mí lo más importante es encontrar más amor cada vez, dar más amor cada vez. A mí me gustan dos cosas en la vida: conocer y amar. Espero seguir por ahí. Quisiera tener siempre el coraje para estar ahí haciendo el trabajo que mi alma me requiera, sin hacerme el pendejo y sin distraerme de lo verdaderamente importante”.
Juan Sebastián Restrepo es el próximo invitado a los conversatorios del centro comercial Santafé y Vivir en El Poblado. Su intervención se llamará Las nueve pasiones, una mirada a los males del alma, y será el 25 de agosto a las 6:30 pm. en el centro comercial. Es con entrada libre.