/ Esteban Carlos Mejía
No parece médico ni psiquiatra. Mucho menos, un nerd en investigación. Al doctor Carlos López Jaramillo los años le resbalan: tiene pinta de chico hipermegaplay. La ropita es costosa y el corte de pelo, un descreste. Pero es un teso. Máster en terapia de conducta, doctor en bioética, jefe del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia. Contesta lo que sea, menos preguntas personales, que lo ponen ansioso. En el último y masivo conversatorio de Vivir en El Poblado y el Centro Comercial Santafé, Depresión y ansiedad, cómo afrontarlas y vencerlas, nos dio una lección de ciencia y compasión. Así como suena.
Para ayudarnos a entender, el doctor López acudió a la muy colegial teoría de conjuntos: “En un gran conjunto llamado trastornos del ánimo hay dos subconjuntos claves: el de trastornos por depresión y el de trastornos bipolares”. Y afirmó: “La depresión es una enfermedad de predisposición genética. No es cuestión de tristeza o aburrimiento. Es algo serio, que merece cuidadosa atención psiquiátrica.”
¿Cuáles son sus síntomas? “Los pacientes pierden el sabor y el gusto de vivir. Sienten ganas de morirse, distintas, por fortuna, a las ganas de matar”. Se van opacando y apagando paulatinamente. En casos muy graves, hasta se suicidan. Padecen anhedonia. ¿Anhedonia? “Incapacidad para experimentar placer, pérdida de interés o de satisfacción en casi todas sus actividades”, explica. “Se tornan apáticos, nada les gusta”. Sufren ansiedad, una profunda y amarga desazón por sí mismos y por lo que los rodea. O, al contrario, se inhiben, hasta volverse malhumorados, irritables, agresivos.
Otros síntomas incluyen el odioso insomnio (dificultad para dormir), la mal vista hipersomnia (exceso de horas de sueño) y modificaciones del pensamiento (ideas derrotistas, sentimientos de culpa, obsesiones). “La memoria se debilita. Se distraen con frecuencia. El cuerpo les duele, crónica o erráticamente. Tienen constipación y sudoración, fatiga o cansancio”. Viven arrinconados, rumiando sus sinsabores. Estallan o lloran por motivos insignificantes. Su rendimiento laboral o académico se despeña. Pierden apetito y bajan de peso. No gozan con nada, ni con el sexo, bendito sea. Se culpabilizan en exceso. “La energía se les evapora: el cansancio se apodera de sus vidas”, dice el doctor López.
Para rematar, la depresión es difícil de detectar. “Pueden pasar años antes de que se diagnostique… y, por lo general, es recurrente. Le da a niños, jóvenes, viejos, hombres, mujeres, ricos, pobres”.
¿Cómo se cura? Con medicación y psicoterapia. Le pregunto por la automedicación. “Fatal. Para colmo, la gente no se automedica con drogas de calidad”, advierte en tono perenntorio. “Es verdad”, digo yo. “Nadie se receta con los doscientos mil pesitos de Prozac. En cambio, casi todo el mundo compra fluoxetina, que cuesta lo mismo que una caja de chicles”. “La automedicación es perniciosa”, insiste el doctor López. Él prefiere psicoterapias cognitivas conductuales. No menciona al psicoanálisis. “¿Y con medicinas alternativas? ¿Acupuntura, por ejemplo?” Su respuesta es respetuosa: “Hay acupunturistas serios, cuyos métodos ayudan”. Si todo sale bien, el tratamiento psiquiátrico de una depresión dura nueve meses, más o menos. “Si todo sale bien…”
Los estigmas contra la enfermedad obstaculizan su comprensión. Aún perdura la vergüenza a consultar al psiquiatra. “Es decisivo romper ese tabú: a la depresión hay que ponerle cuidado”.
*** Lo próximo. Burro adelante, patea. En el conversatorio del jueves 15, Las ciudades a través de la literatura, no voy a ser el moderador. La moderadora será la periodista Luz María Montoya, editora general de Vivir en El Poblado. Los invitados seremos Juan Diego Mejía, escritor y director de la VII Fiesta del Libro y la Cultura 2013, y este humilde servidor, novelista y columnista. En los conversatorios de Santafé se vive y se aprende. Allá nos vemos.
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