Soy optimista por naturaleza, pero la realidad actual para nada me enorgullece. Ser colombiana me rasca por todo el cuerpo. Sí, estoy hastiada.
Cuando, siendo una niña, oí por primera vez la expresión “un nudo en la garganta”, la asocié con la bolita que a muchos señores –a mi papá no- les brincaba por sobre la corbata cada que hablaban. Mas cuando oí por primera vez que a las señoras también se les hacía el mismo nudo, y no se los veía, me confundí.
Después supe que la canica que, al parecer se tragaban algunos hombres, se llamaba “la manzana de Adán” y que “el nudo en la garganta” era unisex, además de invisible.
Poco a poco entendí el significado de la expresión, pero nunca había sabido emplearla. Hasta ahora que tengo a Colombia atravesada, como un palo, en la rueda de mi tragadero.
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Me tiene hasta las orejas el país que amo, pero que así, como está, no lo quiero.
Ya se me pasará esta pesadez –soy optimista por naturaleza-, pero la actual realidad colombiana para nada me enorgullece y la realidad de ser colombiana me rasca por todo el cuerpo.
Sí, estoy hastiada.
De la sociedad que se ha desmoronado frente a las narices de mucha gente llamada de bien, que no hace mal a nadie y nada más; frente a las de los politiqueros que solo se espabilan al olfatear aromas de posibles votos; frente a las de los expresidentes que, impertinentes, no se dan cuenta de que ya se les pasó el arroz.
De los corruptos que hasta en los detalles más nimios –si mi vecino “compró” el permiso, yo también- dejan en evidencia la precariedad de la palabra honradez; de jueces que prevalecen sus amores y desamores por sobre el sagrado deber de impartir justicia, mientras la impunidad taconea en las aceras; de la inequidad en todos los aspectos, el más lacerante el de las necesidades básicas no resueltas.
De instituciones como la Policía, cuya razón de ser es proteger a los ciudadanos comunes y corrientes –al abogado Javier Ordóñez, por ejemplo-, pero reiterados casos de abuso, odio y venganza protagonizados por uniformados, demuestran cuán deteriorada está la raíz de su estructura.
De los vándalos que aprovechan, inoculan y degeneran las legítimas protestas sociales, con la mira de sembrar el caos y la destrucción en las comunidades.
De ciertos megalómanos, que con expresión pétrea, hablar entre dientes y sonrisa de hiena, y rodeados por corifeos expertos en propaganda, atizan la candela de la violencia para solazarse con el incendio, como lo hiciera Nerón en la antigua Roma; de tantos opinadores –periodistas taquilleros entre ellos- que por posar de progres, hacen el vergonzoso papel de idiotas útiles de cuervos que, a la primera oportunidad, les sacarán los ojos.
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De la amnesia que sufren los ex miembros de las Farc, ahora senadores, respecto del reclutamiento de menores y otras prácticas infames de la cotidianidad guerrillera; a pesar de su compromiso con la verdad, la justicia y la reparación.
De la contaminación que ha deteriorado la pureza de los aires de paz y perdón; defensores y detractores de ambos conceptos, fijan posiciones sobre intereses partidistas o personalistas, siempre buscando réditos.
De un gobierno que, a pesar de las buenas intenciones del Presidente, abunda en mediocridad y escasea en empatía.
De… ¡Puf!
ETCÉTERA: Estoy segura de que llevaría con más garbo la “manzana de Adán”, que este “nudo en la garganta” que me trae por el camino de la amargura.