/ Carlos Arturo Fernández U.
Desde que los furibundos artistas futuristas italianos de comienzos del siglo 20 afirmaron que “museo” y “mausoleo” eran sinónimos, y que el arte y la cultura alojados en las instituciones museales eran rezagos de un pasado enfermizo que las nuevas generaciones deberían evitar, muchas cosas han cambiado en el desarrollo de las artes y en la vida de los museos: ningún artista actual aceptaría ser visto solo como el resultado de tradiciones pasadas ni existe un museo que quiera verse reducido a la función de ser un memorial de lo que ya no existe.
A pesar del rigor casi masoquista con el que muchas veces acostumbramos criticar nuestra vida social y cultural, quizá la mayoría de las personas reconozca que muchos de nuestros museos nacionales, regionales y locales son hoy centros de vibrante actualidad, que a través del arte y de las manifestaciones culturales hacen patente el compromiso con la vida ciudadana, la convivencia y la solidaridad, es decir, con la búsqueda de una vida mejor.
Por eso, la conmemoración de los 135 años del Museo de Antioquia va más allá de sus paredes y de los límites naturales del mismo y, como se repite siempre frente a las actividades del Museo al menos en las últimas décadas, esta es una fiesta que nos invita a todos para pensar en lo que somos y en lo que queremos ser.
Aunque la creación oficial del Museo se produce en 1881, que es la fecha que ahora se celebra, la idea de que la ciudad contara con una institución museal se remonta al menos a 1872, bajo el impulso de los proyectos de modernización, de educación y de cultura impulsados por la presidencia de Pedro Justo Berrío en el Estado Soberano de Antioquia. De ese impulso había nacido la Escuela de Artes y Oficios que, por muy distintos caminos, es el punto de partida de todas nuestras instituciones de educación artística. Lo fundamental, sin embargo, es descubrir que en ese contexto o en el de los años posteriores, cuando se concreta la creación del entonces llamado Museo de Zea, no había un interés “esteticista”, que quisiera imponer una idea del arte por el arte mismo sino que, por el contrario, desde el comienzo todos aquellos pioneros pensaron en instituciones que mejoraran la vida de la población, elevando sus conocimientos y desarrollando su sensibilidad, pero también sus capacidades y posibilidades de trabajo. Por eso, en las bases de la historia del arte en esta región del país, desde Francisco Antonio Cano, Pedro Nel Gómez, Eladio Vélez y sus mejores discípulos, ha existido siempre la conciencia indiscutible de que el arte va de la mano de la cultura y del reconocimiento de lo que somos.
Así, desde el comienzo de la vida del Museo, bajo la dirección del doctor Manuel Uribe Ángel, se establece un estrecho vínculo con la Biblioteca del Estado y se determina que será un museo histórico, artístico y científico, abierto a todas las curiosidades que puedan resultar interesantes e instructivas para el público de la ciudad.
Frente a las condiciones de especialización de los museos actuales, incluido por supuesto el Museo de Antioquia, aquella perspectiva global y genérica que reunía arte, historia, ciencia y curiosidades, puede parecernos ingenua y producto de las limitaciones regionales de la época. Sin embargo, es todo lo contrario y algo mucho más importante: el proyecto de una serie de intelectuales ilustrados que buscan la educación y el progreso de la ciudad y que, para ello, quizá tienen la mira puesta en las grandes exposiciones mundiales del siglo 19. En efecto, era un contexto en el cual el arte y la cultura, aunque seguían siendo protagonistas, se veían superados por el atractivo de las realizaciones de la revolución industrial y tecnológica y por la presencia de una creciente globalización que permitía conocer las dimensiones insospechadas de la realidad.
Y como reafirmación de ese compromiso con la sociedad y la cultura que es la fuente de su vida institucional, después de una larga reflexión de varios años, el Museo entrega ahora un nuevo montaje para el área del arte en Antioquia entre finales del siglo 19 y mediados del 20. Frente a la historia que se ha contado hasta ahora, oficial, simple y uniforme, el nuevo montaje busca hacer más complejo ese relato, permitir la presencia de otros protagonistas y grupos sociales antes descartados y, en definitiva, crear más preguntas que respuestas directas. Se hace así patente que, también en el caso de este anciano joven de 135 años, la historia siempre necesita ser reescrita.