La riqueza y el ascenso social ya no se generan en la tierra o en los ladrillos sino en el conocimiento y la flexibilidad. Quien tenga menos amarras aprovechará más fácil las oportunidades.
En Colombia, tener casa propia ha sido a lo largo de la historia -al menos de los últimos 60 años- uno de los objetivos más importantes para la población. El sueño que las personas adoptan, prácticamente desde niños.
Ser el propietario de su vivienda, casi como objetivo primordial, ha sido el modelo que millones de habitantes han perseguido para alcanzar muy anheladas independencia y seguridad. Y una enorme sensación de logro y superación.
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Numerosas políticas económicas y tributarias han sido diseñadas específicamente para que tanta gente como sea posible alcance esa gran meta nacional. El porcentaje de propietarios en una sociedad pareciera indicar su nivel de bienestar. Y mientras más joven se llegue a ser propietario, mejor.
Sin embargo, para la mayoría trabajarle a ese sueño implica sacrificios grandes. Con frecuencia, demasiado grandes…
En primer lugar, hay que destinar una parte importante de su capital -y a veces todo- para la cuota inicial. Luego un crédito a lo largo de muchos años, cuya cuota típicamente representará un alto porcentaje de sus ingresos. Sin olvidar mantenimiento, prediales y otros impuestos relacionados.
¡Ser dueño sin duda es muy costoso!
Y no solo para el individuo, también es costoso para una sociedad. No tanto por el valor de los subsidios fiscales para incentivar la compra de la primera vivienda, sino porque quien tiene que responder por una deuda importante durante un largo período, poco incentivo tiene para correr riesgos. Montar una empresa y generar empleo ya será más difícil. También viajar y estudiar más.
Invertir en una propiedad desde joven puede ser castrante intelectualmente. Tiene un alto costo de oportunidad. Motiva -casi que fuerza- a ese propietario en formación a quedarse como empleado, quizá para siempre, pues perder un ingreso seguro podría ser fatal para el pago de su deuda.
Bien para el siglo XX, sin duda. Pero, ¿también para el XXI?
Incontables empresas modernas lideradas por millennials no piensan volverse dueñas de sus oficinas sino arrendar, ojalá en un coworking, y preservar su capital, su flujo de caja y su independencia. Similarmente, a nivel de individuos o de parejas jóvenes, la propiedad de la vivienda se está volviendo más flexible.
La riqueza y el ascenso social ya no se generan en la tierra o en los ladrillos sino en el conocimiento y la flexibilidad. Quien tenga menos amarras aprovechará más fácil las oportunidades.
No todos precisamos ser dueños. Ni todos los apartamentos necesitan una cocina propia, totalmente dotada.
Para los jóvenes de hoy: primero la vida, luego la casa.