Hacía mucho rato que no le daba rienda suelta a mi glotonería y el fin de semana pasado estuve a mis anchas en la segunda versión de Colombia Provoca. Fueron tres días con bolsa en mano observando detalladamente, y si bien fue imposible sentarme a manteles en todos los restaurantes que hicieron presencia, fue aun más difícil abstenerme de comprar, pues los bajos precios y la variedad de productos era interminable, razón por la cual tuve que echar mano de mis enclenques ahorros destinados para un próximo viaje con pasaporte a la cocina mexicana… bien decía mi madre: dejar de comer por haber comido no merece remordimiento. Probé y probé y probé y me quedó faltando. Son muchos los comentarios que tengo a manera de tupia sobre productores, productos y restaurantes, pero como debo de ser concreta, voy a referirme al tema con el cual he titulado esta crónica. La hermosa y deliciosa delegación de restaurantes caleños que vinieron a representar la cocina vallecaucana, lo hicieron de manera tan impecable que su calidad y sabrosura fue un comentario generalizado de expertos y profanos. Personalmente fui cautivada por el sancocho de gallina el cual como las buenas películas y los buenos libros debe repetirse… caí en sus ollas tres veces. Pero las cosas no terminan allí ya que el asunto que más me llamó la atención fue la organización y camaradería con que trabajaron empresarios y sus empleados para conformar una sola imagen de servicio y buen sabor. Tengo entendido que la organización, para lograr esta participación de los restaurantes caleños, fue trabajo de una ejecutiva alegre, salsera, y gastrónoma nata, quien no solo se conformó con traer comida valluna sino igualmente música, alegría, aromas y sabores que se ganaron la simpatía y el estómago de los paisas. |