Día tras día la caída de nuevos cocos en la charca de sapos cancioneros que resultó ser el asunto de La Niñera, salpica más los cimientos del Estado y desprende mayor cantidad de aire contaminado, del que, obvio, no escapan los pulmones del periodismo. (¿Con que era un rifirrafe doméstico, no?)
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Petro y sus corifeos lo quieren graduar de enemigo público. Qué frágil memoria, cuando eran oposición le exigían -so pena de tildarlo de encubridor- ampliaciones de cualquier denuncia sobre la administración de turno-; ahora, que son establecimiento, le exigen dorar la píldora del despiporre o, simplemente, pasar de agache.
Se equivocan señores. Informar de la realidad no es mentir; disentir del mandatario no es aupar golpes –ni blandos ni recios caben en una democracia, una prensa amordazada tampoco-; y criticar a la vicepresidenta por acciones u omisiones, no es cohonestar con el racismo. Así que no es por esos atajos que ganarán la etapa de los aplausos.
Deténganse, respiren hondo, dejen que la luz fluya y comprobarán que los temas de las chuzadas, de la financiación irregular de la campaña, de las adicciones de funcionarios, etcétera, salieron de las entrañas de ustedes mismos, de la Presidencia. Echarle, entonces, la culpa al sofá resulta ofensivo con el intelecto de los colombianos. Y paranoico, buscan en la oposición amenazas que tienen dentro. Y peligroso, sitúa a los periodistas en el foco de los perseguidores de oficio. (Olvidan el precio que ha pagado esta profesión que, si bien lejos está de ser conciencia moral, sí ha tratado de dilucidar la vorágine de violencia y corrupción que ha permeado al país en sus diversos frentes).
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El ejercicio del periodismo no es intocable, necesita de reflexiones permanentes como cualquier otra profesión; sólo que, por sus características, está expuesta siempre al escrutinio público y a variopintas tentaciones: el poder, las camarillas, la fama, las redes sociales -en lugar de seguir firmes con las carreras de fondo que dan sustento al periodismo, muchos medios han sucumbido a lo trivial, a coleccionar seguidores y a recibir condecoraciones falsas tipo pulgares hacia arriba-, el amarillismo, la farándula…
ETCÉTERA: Ay la farándula. Entra aquí quien fuera en tiempos lejanos reina de corazones y luego de varias escalas técnicas registradas por los medios: concursos de belleza, pasarelas, telenovelas, portadas de revistas, entrevistas a granel…, acaba de aterrizar en la filosofía. Dejó de lado -lo sabemos por las publicaciones que utiliza para compartir vida y milagros- la tintura y el botox. La gratitud también, deduzco. Con voz y rostro descompuestos, Margarita Rosa de Francisco, actual pensadora del régimen, lanzó su penúltima diatriba contra esos medios que siempre la han consentido y permitido promocionar su propio personaje: “machistas”, “sexistas”, “racistas”, “miserables”… Qué tal. “¿De verdad tienen la cachaza de decir algo así, señores?” les preguntó, energúmena, porque osaron pedir que respetaran su trabajo. Cachaza la suya, señora. (Eso sí es tener morro, dirían en España). En cuanto a lo de las banalidades que tratan en las mesas de trabajo y de repente comenzaron a enfurecerla, no se lo discuto. ¿De dónde si no saldrían los ídolos efímeros con pies de barro y flores en el nombre? Eche cabeza.