Botero y los japoneses

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josegabrielBaenaBotero y los japoneses
Los dibujos supuestamente eróticos de Botero parecen calcados
/ José Gabriel Baena

Es curioso. Soy un experto en coincidencias simbólicas, quizá por mi adicción a la filosofía de Jung, y aquí les cuento una. Hará un par de semanas que Botero dio extensas entrevistas presentando el libro que recoge sus pinturas sobre el mundo de los circos y anunciando a la vez su nueva serie de dibujos basados en el Kama Sutra, la muy antigua recopilación india de tratados sobre el erotismo. A Botero ya casi no se le entiende lo que dice porque vive muerto de la risa, pero creí oír en una de sus entrevistas a CNN que en el mundo del circo que retrata es imposible ponerse a dibujar el rostro de cada uno de los espectadores, allá atrás, en la galería, y que aparecen presentados como simple bolitas de color.

Esto, y la muestra de algunos de sus inofensivos dibujitos kamasútricos, se vio emparentada o como en un “déja vu” con mi adquisición de un magnífico libro en la Panamericana, “Estampes Japonaises” –Grabados Japoneses–, donde se evidencia cómo en el arte ya todo está inventado. El libro, de 30 x 45 cmts y de casi 500 páginas a pleno color, muestra en un artístico recorrido el transcurso del mundo cotidiano en el Período Edo en la historia del Japón entre 1615 y 1868, floreciente y pacífico, cuando el desarrollo de las artes coincidió con y se benefició de la rápida urbanización y la aparición y apogeo de una adinerada clase de mercaderes.

Me estremecí con las coincidencias botero-japonésicas porque los dibujos supuestamente eróticos de Botero parecen calcados de las líneas básicas de las magníficas xilografías lujuriosas del Japón durante esas dinastías, estampas también llamadas “Del Mundo Flotante”: toda clase de posturas sexuales son allí tratadas con una minuciosidad que nunca llega a ser perversa sino hasta divertida, en salones, dormitorios, tocadores, baños, en pleno campo, en harenes, al borde de ventanas y balcones, pero nunca con desnudeces totales sino con la presencia de vestiduras cuyo diseño envidiaría el más osado de los modistos actuales. Es, decir, los personajes no están del todo en bola, pero sí se muestran entre tejidos “los órganos sexuales” de los personajes, gracias a Dios. Las imágenes crudas se llamaban “Shunga”, que significa literalmente “cuadros de primavera”, un eufemismo de “sexo”.

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Pero Botero nunca ha sido un gran pintor detallista y nunca alcanzará a transmitir las emociones que despiertan estas obras de altísima joyería pictórica. En cuanto al circo, el libro trae otra importante sección sobre “Entretenimiento y festivales” que contempla tanto las fiestas populares-oficiales como el refinamiento de las artes escénicas, para un público selecto y rico que solía frecuentar en las cinco grandes ciudades de entonces los barrios de teatros y burdeles de caché: centenares de actores, actrices y putas fueron retratados en estas imágenes que se multiplicaban por miles y que eran para las multitudes lo que hoy son –proporcionadamente– los inframundillos de la farándula web. ¿Y Botero? Reiteremos, jamás podrá hacer una pintura semejante al grabado en que se retratan con perfección de detalles los rostros de centenares de espectadores en un teatro “kabuki”, cuya contemplación lo deja a uno sin aliento. En fin, recomiendo sin dudar a los lectores esta lujosa obra dirigida por Catherine David, con textos en cinco idiomas, ilustraciones prestadas todas del Albert and Victoria Museum de Londres, y publicada por Editions Place des Victoires, París, 2010. Dirección: www.victoires.com. Cien infelices euros.
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