Además de la destrucción material, de la ingente cantidad de jóvenes muertos en el conflicto y del desengaño por la derrota, Alemania vivía una crisis económica de proporciones apocalípticas.
El primero de abril de 1919, el arquitecto alemán Walter Gropius dio inicio en la ciudad de Weimar a las actividades de una nueva institución de educación creativa que reunía la Escuela de Bellas Artes y la de Artes y Oficios del Reino de Sajonia. La nueva escuela se llamó Bauhaus, “la casa de la construcción”.
A lo largo de los siguientes 14 años, hasta su cierre por orden de los nazis, en la Bauhaus se asiste a cambios trascendentales, no solo en el estrecho mundo de las artes sino, sobre todo, en la conciencia social de que es posible y necesario desarrollar nuevas relaciones de los individuos con el entorno de la ciudad y del mundo industrial que los rodea.
El contexto en el cual aparece la Bauhaus es extremadamente complejo. Habían pasado menos de cinco meses desde el armisticio que marcó el fin de la Primera Guerra Mundial y aún faltaban tres meses más para que se firmara el Tratado de Versalles que lo oficializó. Pero mientras tanto el Imperio Alemán había desaparecido y en su lugar se había creado la República de Weimar en medio de un caos de revoluciones y contrarrevoluciones y de una tremenda violencia política. Pero, además de la destrucción material, de la ingente cantidad de jóvenes muertos en el conflicto y del desengaño generalizado por la derrota, Alemania vivía una crisis económica de proporciones apocalípticas. Y, como si fuera poco, esa situación se hacía más dramática por el crecimiento acelerado de las ciudades, impulsado por la Revolución Industrial a lo largo de los 150 años anteriores.
Por supuesto, no parecía el mejor ambiente para crear una nueva escuela de artes.
Una nueva comunidad de artífices
Sin embargo, Walter Gropius estaba convencido de que lo que estaba en crisis era la forma tradicional, individualista y subjetiva de entender las artes; lo que ahora se necesitaba era una nueva comunidad de artífices que trabajaran colectivamente en el desarrollo de proyectos, que debían desembocar en la producción industrial de objetos de uso cotidiano, funcionales, de alta calidad estética y material, pero de costo moderado.
Y es, justamente, lo que se crea en la Bauhaus: muebles, lámparas, vajillas, tejidos, cristales, aparatos para el hogar, lo mismo que libros, tipografías, carteles, es decir, elementos que hoy identificamos como de diseño industrial y gráfico; y también, aunque no era la finalidad básica de la escuela, fotografías, pinturas y esculturas. Todo ello vinculado con arquitecturas racionales y funcionales, con claridad geométrica y estructural.
Después de cien años, las creaciones de la Bauhaus conservan una extraordinaria juventud y actualidad. En efecto, muchas de ellas apenas han cambiado a lo largo de este siglo; y como ha transcurrido el tiempo suficiente para que los derechos de autor hayan caducado y los diseños sean libres, estamos rodeados de objetos Bauhaus, aun sin saberlo. Sin contar que gran parte de la tipografía y de la gráfica actual son herederas de producciones Bauhaus.
Vale la pena decir que, al menos esta vez, y a pesar de la crisis, el programa funcionó y una comunidad de artífices se empeñó en producir arquitecturas y objetos que transformaron la ciudad y la sociedad. Desde la Bauhaus casi nada es igual.