Está en Envigado y en él convergen tradición, modernidad, arquitecturas, matronas memoriosas y un sinfín de leyendas urbanas.
“La juventud católica del pueblo envigadeño a Cristo Rey, como homenaje de gratitud y amor”, reza la desteñida placa. Sospechamos que esa juventud de 1931 fue la que motivó, en los setenta, el insidioso aserto de que “el Mesa era un barrio de viejos”. Y que por esa razón las generaciones de esa década buscaban divertirse en el parque Marceliano Vélez o en el vecino barrio San Mateo, colonizado entonces por costeños que no saben de edades para parrandearse la vida.
¿Y por qué en San Mateo? Porque en una de sus esquinas vivían los Jaramillo que le daban vida al ya renombrado conjunto musical Los Elphos, según el pintor plástico Luis Eduardo Restrepo, quien sostiene que con un amplificador de tubos armaban la rumba, cada semana, previo el cierre de calles. Porque -definitivamente- el Mesa era estéril para la diversión.
Le puede interesar: Los del marco de la plaza
Ahora bien, ¿por qué Mesa? tal vez por un señor de mucha plata y familia que vivía cerca de la Escuela Modelo (hoy Fernando González), y que no le alcanzaba el tiempo ni el corrillo para ponderar su apellido. Es la versión de doña María Isabel González Molina, por cierto, prima segunda del filósofo González.
Pero los libros cuentan que la construcción de la Escuela Modelo, en 1920, impulsó el desarrollo urbanístico del incipiente barrio que -en 1923- las autoridades bautizaron Mesa Jaramillo para honrar a don José María, el ilustre historiador y catedrático envigadeño muerto cinco años antes.
Los primeros pobladores fueron los hermanos Medina, quienes diseñaron un trazado futurista para sus calles, desde entonces famosas: con cien años de antelación tuvieron separador central, como separándolas para el tráfico tumultuoso de los años que empezaran por dos mil…
El nombre del barrio remite -pura coincidencia- al apellido Mesa, presente en roles de políticos profesionales, abogados, médicos … una Mesa con muchas patas, por cierto, incluida la del ya inverosímil Jorge Mesa Ramírez, seis veces alcalde.
De mucho copete
A propósito de apellidos, es rico en algunos muy nombrados, que lo hicieron a su imagen y semejanza: tranquilo, acogedor y ¡muy señorial! Se cuentan descendientes de Fernando González y de Francisco Restrepo Molina; los Uribe Estrada (un batallón de toda la plata y el copete de Envigado, advierte doña María Isabel, la memoriosa matrona de 92 años). Los Jaramillo, bien distinguidos. La familia del obispo Ramón Darío Molina, tías, primas, mamá y papá, muy representativos de la ciudad, ratifica la anciana y agrega que Marcos González Ochoa, un tío suyo, donó la casa que hoy es sede de las Hermanas Concepcionistas. Y que otro -Ramón- fue el dueño de la finca Los Naranjos, hoy barrio vecino.
A estas familias primigenias las hermanaba lo que hoy llaman “emprendimientos”, más arraigo, más capacidad de poblar espacios. Y la prima Isabel no lo hizo mal: fueron 17 los hijos que puso sobre la mesa de la vida con la amorosa complicidad de don Juan Germán Arango Palacio, muerto hace 22 años. También ha perdido a cinco de sus hijos, y como cualquier familia paisa que se respete, tiene a dos más viviendo en los Estados Unidos.
Lo que sabe todo el vecindario es que en los diciembres las nubes cedían su aire a las incandescencias de los globos multicolores que se elevaban desde sus calles: 30 años de tradición, en los últimos con globos ecológicos (sin candileja). Que allí se concentran todas las anticuarias de la ciudad (más de diez). Que pululan las tiendas, microtiendas y supertiendas. Que tiene varios bares que son polo de atracción por antiguos y amañadores. Que, además de Cristo Rey se levanta el monumento a La Madre, parido en el taller de los Hermanos Carvajal en 1943 como otro referente para buscadores despistados. Que en sus calles rodaron escenas de la película Velaré por ti, hace unos tres años, pero que gracias al Covid, al parecer duerme en laboratorios.
Le puede interesar: Envigado, una cajita de música
En el principio de los tiempos el Mesa era una sucesión de casitas saltonas a la vera de la carretera que unía la zona urbana con la fábrica Rosellón, que evolucionaron a casonas de tapia, bahareque y teja, con antejardines y patio interior rodeado por habitaciones; con falsa puerta para la entrada de las reses de ordeño y las cabalgaduras. La prima segunda lleva 55 años viviendo en la calle 39 sur con la 36: “La calle 39 B es nueva; hace 50 años que la abrieron; yo ya vivía aquí, y estas casas iban hasta la esquina, eran solares de cuadra, pero se empezaron a vender tiras de solar”.
Marca Rosellón
El influjo de la textilera Rosellón (filial de Coltejer), con dos mil obreros, todavía se percibe: difícil encontrar un jubilado que no haya prestado allí su “servicio laboral obligatorio”. A la empresa le agradecen colegios, cooperativas y casas para los obreros (en la llamada “Escuadra” la empresa levantó dos manzanas de viviendas para empleados, sin contar el barrio Obrero). Perdurable la chapa de la factoría en los tableros de los buses que cubren este sector de Envigado.
Barrio nutricio que cambió los inconmensurables predios vecinos cargados de rastrojo, platanales y cañabrava por hoy vitales sectores como El Guáimaro, San José, La Mina, Naranjal, San Mateo.
Aunque el Mesa ha sido un territorio sano, algunos recuerdan con horror cuando merodeaba el carro verde del Departamento de Seguridad y Control, haciendo “limpieza social”. En el mapa de Envigado forma un rectángulo irregular que se extiende desde la IE Fernando González hasta la Pio XII (carreras 40 a 31), y de norte a sur entre calles 36 sur a 39 A sur, en donde habitan 9.777 almas (estadísticas de 2012).
La abundancia de cantinas y bares lo dotó con tempranera fama. Es el caso de un antiguo granero -ahora bar- llamado El Portal, epicentro de la movida cultural y festiva, desde siempre: parada obligatoria de toda cabalgata y de todo alcalde en ejercicio del derecho a unos etílicos; el primero en la ambientación decembrina más estruendosa y colorida, más otras primerías que sería prolijo enumerar. Hace 44 años lo maneja la familia Cañas Acevedo. Cuando José Antonio Chepe Cañas lo adquirió tenía 18 años y -tanta la pasión por el negocio- que en él dormía, según doña Rubiela, su viuda desde 2016.
Le puede interesar: Quijotes de libros revividos
El Mesa es un mozuelo casi centenario que guarda ancianos como seguro de arraigo intemporal; que recibe a la feligresía de Envigado en la mañana de todos los Viernes Santos para su muy solemne y aparatosa procesión del Vía Crucis con pasos tan anchos como sus calles, y que demandan -cada uno- esfuerzos y sudores de entre catorce y diez y seis cargueros hereditarios. Movilización de fe que este año tampoco será, gracias al anticlerical virus. Un barrio, en fin, que reedita el orgullo de sus habitantes en los nombres de algunas iniciativas microempresariales: cafetería Mesa B Rico, tienda mixta la Promesa o ebanistería y carpintería Her mesa… manías de un orgullo bien ganado.