Son muchas las opciones de comida que ofrece hoy el barrio Manila, tanto para comer en sus locales, como para mercar y llevar a casa.
De burratas están llenas las cartas de los restaurantes de Medellín hace unos años, lo que no había encontrado hasta ahora es una que incluyera aguacate. No es una receta para puristas, sino una bien lograda interpretación para un sitio que rinde culto al aguacate:
Lavocadería. ¿No lo conocía?
No es el único, a pesar de la cada vez más creciente popularidad del aguacate y de la consolidación de Manila como una zona para salir a comer.
Quizás la mejor idea para no terminar siempre en el mismo restaurante sea llegar al barrio a pie, o al menos dejar el carro y caminar un poco antes de sentarse a la mesa, justo como hice este recorrido. Lavocadería, así como Urbano Coffee, están en la calle 13, corta y más residencial, comparada con otras vías del barrio como las carreras 43B y 43E o las calles 11A y 12, cuyos locales están bastante más a la vista.
Manila es plana e invita a caminar.
Llegué un jueves poco después de las 9 de la mañana y ya se notaba movimiento, lógico sabiendo que en los últimos tres años el sector pasó de tener un hostal a sumar casi 20, además de tratarse de una zona con un buen número de oficinas. A esa hora se veían los extranjeros en las afueras de sus hospedajes o de algún negocio tomando el desayuno o caminando hacia el metro.
Antuaneth Cueter, de Amira –alimentos que transforman vida–, quien lleva cuatro años con su planta en el barrio y en enero abrió una tienda con venta al público, dice que la gente pregunta mucho por desayunos, por eso cuando la visitamos estaba terminando de adecuar el local para ofrecer sus granolas con yogur, frutos secos y frutas deshidratadas como opción para empezar el día. A propósito, para los amantes de los chips de kale, muy demandados y nada fáciles de conseguir, están disponibles en Amira, en la calle 12.
Mixto, diurno, sabroso
Priman las tiendas y cafés, que atienden muy bien al público mixto de habitantes, empleados de oficinas y turistas. En la mañana sitios como Hija Mía Coffee Roasters, en la calle 11A, tiene sus mesas llenas con rubios en bermudas y chanclas desayunando, allí les sirven su granola y un buen café, además hay wifi. Shaun Murdoch, neozelandés que abrió su café en 2015, dice que el barrio ha cambiado mucho, que se nota el aumento de turistas y que hoy la mayoría de sus clientes son extranjeros; allí, además de lo que sirven a la mesa, venden sus productos de la marca Mani Bros, que incluyen mantequilla de maní en tres presentaciones sin adición de azúcar, y una salsa elaborada con ají del Amazonas.
Salí de Hija Mía satisfecha con mi Flat White y mi macarrón con mantequilla de maní con cacao y me adentré en el local del lado, La Tartaletería, donde desde hace nueve meses Leidy Duque ofrece sus tartaletas dulces y saladas. Me quedé con ganas de probar la de quesos colombianos, que incluye Paipa, costeño, campesino y doble crema, y también tuve curiosidad por la de bondiola y plátano maduro, un motivo más para regresar. Todavía me faltaba pasar por Al Alma, cruzar por la puerta de Estela de Amor y recordar sus alfajores y finalmente llegar hasta Las Tres –los de la famosa milhoja–, pioneros en el barrio desde mediados de la década de 1980 y de una calidad que les ha permitido mantenerse vigentes.
Así es Manila hoy, tentación tras tentación, con otros sitios de toda la vida como Taquino, Frutos del Mar y la salsamentaria Excélsior, y novedosas propuestas como la de Sesave que también ofrece milhojas, pero saladas; De la Pitri Mitri que llevó el sabor peruano a la zona; El Güero, la mera taquería o Tal Cual Arte, que nació como tienda de artículos de arte, pasó a sumar oferta de café y hoy es un restaurante con una amplia carta que incluye carnes, aves y pescados y mariscos.
Andrea Trujillo, de Ganso & Castor, que lleva dos años y medio en Manila, dice que se trata de una buena plaza, definitivamente más diurna, que se mueve al desayuno con los turistas y al almuerzo con personas de las oficinas, y que en la noche es más bien quieto: “abríamos hasta las 10 y ahora cerramos a las 7, pues había muy poca afluencia”; no obstante, dice que otros locales de la zona como Barbacoa Burger and Grill y Olivia tienen cada vez más movimiento nocturno.
Para destacar, la convivencia entre lo tradicional y lo nuevo, gracias a que, a pesar de la gentrificación del barrio, que obviamente ha desplazado a pobladores originales, formatos tradicionales colombianos como la tienda, la legumbrería y el minimercado, tienen aún un espacio preponderante en Manila, sumando más de 10 entre unas y otras. En la calle 14, donde inicia el barrio, hay tres tiendas muy cercanas, en una de ellas nos topamos con los Santamaría: María Eugenia, Javier y Óscar, este último propietario de La Ventanita, decorada con fotografías de la primera mitad del siglo XX, en la que los protagonistas son los hermanos en tiempos en que iban con sus padres a pescar al río Medellín.
Mucha agua ha corrido por esta ciudad desde entonces y mientras los modernos edificios luchan por abrirse espacio dejando abajo alguna de estas viejas casonas, sus propietarios tratan de pasar los años que les quedan en ellas. Todavía no se reponen de la valorización que les llegó hace unos años y de la que se supone estaban eximidos, pero igual se les ve en el marco de la puerta conversando, atentos a cualquier cliente que aparezca y listos para sacar algún paquete de mecato y una gaseosa o cerveza, lo que más se vende. Les han ofrecido por sus casas, claro, hay muchos queriendo hacer edificios en el barrio, pero ellos no están interesados en vender: “¿Para dónde nos vamos a ir?”, preguntan, mientras me aclaran que la finca original, en el mismo predio, data de 1902: “aquí está nuestra vida entera”.
Productos y servicios relacionados
Además de los negocios de comida, Manila alberga otros relacionados con el sector, aunque algunos de ellos no vendan necesariamente comida.
Así por ejemplo en la calle 12 están las oficinas de Gastronomie France, que ayuda a estudiantes de cocina a ubicar un espacio para hacer sus prácticas en el país europeo.
Para los amantes de preparar postres, hace un año abrió Dulce Alelí en la carrera 43B, donde su propietaria Sandra González ofrece utensilios y productos para chocolatería y dulcería, como moldes, colorantes, cacao en distintos porcentajes y elementos para decorar.
Y aunque la lista de negocios del barrio es larga, vale la pena mencionar también a Tea World, una opción para disfrutar de esta otra popular bebida, que destaca en medio de varios cafés; Biela Bakery, con sus tortas temáticas por encargo; y Hacienda Urbana, formato más pequeño del reconocido restaurante que nació en Junín, donde todavía tiene local y que ofrece una variada carta de platos colombianos. Todos están ubicados en la calle 12.
Por Claudia Arias [email protected]