Siento a veces una alegría feroz, o sea de las buenas, cuando levantado a las 4 de la mañana para darle el desayuno a mis felinos abro luego el sitio web de El País de España y me encuentro a bocajarro con un artículo de Antonio Muñoz Molina contra el Congreso de la Lengua Española que tenderá toldas en Panamá entre el 20 y 23 de octubre. Muñoz, ilustre escritor y académico de la RAE, no puede ocultar su furia contra este tipo de eventos que, permítanme citarlo, “son sobre todo ocasiones para que las oligarquías políticas de los países de habla hispana se entreguen a celebraciones de la belleza y la pujanza del español que alcanzan espesores selváticos de palabrerías… estuve en el Congreso de Cartagena de Indias en 2007 y los discursos se sucedían sobre nuestras cabezas tan implacablemente como borrascas atlánticas, cada uno más entusiasta y florido que el anterior… en un idioma maleado durante siglos por predicadores religiosos, leguleyos fulleros y demagogos civiles o castrenses… Que yo sepa, no hay congresos de la lengua inglesa… Las élites españolas y una gran parte de las latinoamericanas cultivan la retórica del español y al mismo tiempo hacen todo lo que pueden por perjudicarlo… su horizonte intelectual suele situarse en los ‘shoppings malls’ de Miami”.
Con este tono se despacha Muñoz Molina durante siete mil golpecitos de tecla y la furia total del escritor se desata contra el naufragio de la cultura española en los últimos años en lo que concierne a la educación, el teatro, el cine, las artes en general, las pequeñas empresas editoriales, las revistas, las librerías y sobre todo a las bibliotecas públicas “tan castigadas en sus presupuestos que ya no pueden permitirse la compra de libros nuevos”, mientras se subsidia el fútbol, se fomenta la construcción de ciudades-casinos y se les dan dinero y honores a las corridas de toros y las fiestas más brutales: la llamada tauromaquia ha sido declarada por el parlamento “Patrimonio inmaterial de España”, sea lo que eso signifique.
En el Congreso de la Lengua en Panamá, dice Muñoz Molina que el Príncipe de Asturias y su ministro de Educación “competirán entre sí a ver quién segrega más palabrería untuosa sobre el español…”. Aterrorizado, salto como un gato a otro artículo vecino, un extenso análisis final de la Feria del Libro de Frankfurt y el hirviente mercado de la industria de la autoedición, anillo al dedo para cerrar esta columna con lo que quería desde el principio: en Colombia esta también florece y llevo 25 años en el oficio. Contra los poderes de la élite editorial colombiana, amigo escritor, ¡autoedítate! Es de lo más divertido, gozas como enano en el proceso, te burlas del control del ISBN si quieres y aunque sólo des a luz 50 ejemplares de tu novela o tu poemario te sentirás como un Rey de Oros. Puede que no vendas nada y tengas que “lanzar” tu libro en tu apartamento con un puñado de amigos, pero tu satisfacción será multiorgásmica, te lo aseguro. Repite conmigo mil veces “¡Autoedítate!” y con el nuevo día verás radiantes frutos. (Mi nueva novela está en el horno y será un sorprendente pastel literario de gloria literaria para el desmayuno del Día de Todos los Santos). Final inquietante con Onetti: “Quien escribe lo que les gusta a los demás puede ser un buen escritor pero nunca será un artista”.
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