Hace no mucho vivimos en Medellín la Semana de la Juventud, un espacio pensado para los jóvenes de esta ciudad, una mirada a sus posibilidades e implicaciones. El evento tuvo como tema las utopías, aquella idea de realidades casi idílicas en las que las comunidades viven en el mayor bienestar posible, y su enfoque se dirigió a los refugios que las utopías generan a través de los mundos posibles. Sin duda la dualidad jóvenes/posibilidades es una llave inexorable de las sociedades, así como una pareja necesaria para la construcción de futuro.
Luego de un repaso animoso por la filmografía de Richard Linklater, conocido por dirigir la trilogía romántica de Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer (1995, 2004 y 2013), y Boyhood (2014), llegamos a Dazed and Confused, de 1993, una cinta en la que la que la juventud es eje transeversal. Así que, para aprovechar el impulso que nos dejó la Semana de la Juventud, adentrémonos un poco en esta joya del director estadounidense.
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De Linklater es posible decir que siempre ha puesto un foco especial en los jóvenes, en la transición y en el tiempo como elemento transformador. Esos son parte de sus tópicos, y en esta cinta de 1993 los encontramos. Pero, ¿podemos hablar de utopías y mundos posibles en el filme? Por su puesto, y de allí la conexión. En términos simples, Dazed and Confused nos presenta el último día de clases de un grupo de estudiantes de secundaria, en Texas, en el año 1976, una tarde y una noche de libertad y cambios.
En la cinta se nos permite una mirada a cómo jóvenes crean sus mundos, sus realidades, su relación personal con la sociedad y ellos mismos. Ese final de escuela revela las interacciones, los rituales de iniciación, los primeros accesos al alcohol o las drogas, los romances nocturnos, los romances juveniles y las acciones de libertad que pregona y exige el hecho mismo de ser joven. Acierta Linklater en no hacerlo de forma maniquea: no es un asunto de diversión o los vicios por que sí.
La narración dinámica, los planos certeros y una banda sonora fantástica (como gran homenaje a los años 70), son las herramientas con las que el director logra, con toques de maestría, insertarnos en esa noche loca que va pasando de un escenario a otro a gran velocidad (justo como viven los jóvenes sus momentos de placer), para mostrarnos una ciudad que les pertenece, que se apropian de ella con todo el derecho que les da el futuro.
No obstante, hay trascendencia. La película se pregunta por el porvenir, por los deseos posteriores, por las realidades a construir, las responsabilidades urgentes, la disciplina y la confrontación ante la autoridad que no comprende lo que significa ser joven. Linklater no solo nos muestra a los jóvenes: nos los explica en una suerte de manifiesto sociológico, nos sumerge en su mundo para que lo comprendamos, para que, quizá, entendamos que el espíritu que los embriaga es uno que aspira a la libertad.
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El título podría traducir Aturdidos y confundidos. Y uno puede pensar que los jóvenes lo están. Confundidos por saber quiénes son y aturdidos por el futuro que se presenta ante ellos. Confundidos por la responsabilidad de encajar y aturdidos por una sociedad que no los entiende, que no los asume, que no los acoge. Sí, los jóvenes están aturdidos y confundidos. Pero su lugar en el mundo es solo una definición en construcción contante, una utopía que los protege a ellos y nos confronta a nosotros. Linklater lo sabe, y con astucia nos los sugirió en 1993.
Por Juan Pablo Pineda Arteaga