Hace un mes estábamos aterrizando en Jamaica. Apenas se empezaba a sentir en Estado Unidos lo que sería esta pandemia que nos cambiaría las prioridades en un abrir y cerrar de ojos.
Aunque traté de suspender mi viaje, en ese momento las aerolíneas aún no permitían cancelaciones por temor al coronavirus, y el día antes del viaje decidimos restablecer todas las reservas que sí habíamos podido postergar y viajar. No sabíamos realmente la magnitud de lo que se venía. Estar en el aeropuerto fue una pesadilla, no quieres tocar nada, sentarte en ninguna parte, ni siquiera en el avión y mucho menos que nadie te pase medianamente cerca, lo que dentro del reducido espacio de un 737 es imposible.
Las únicas previsiones que tomamos fue usar guantes, desinfectar las superficies del asiento dentro del avión con pañitos y luego, usar gel antibacterial. Muchas personas nos miraron raro, pero qué importaba, no los volvería ver. Nosotros mismos teníamos la duda, ¿estaremos exagerando?
Durante la estadía en la isla todo fue maravilloso, el clima perfecto, la música, tour en catamarán, snorkel, el mar, el mar que ni viviendo en Miami he podido volver a ver. El virus volvía a nuestras mentes solo cuando conocíamos a algún turista proveniente de Europa, pues allí estaba el mayor número de contagios en ese momento.
El vuelo de regreso fue aún peor, pues en el asiento de adelante venía una pareja, él no paraba de estornudar y ella tosió unas tres veces en el trayecto. Cada que lo hacían, mi esposo y yo cruzábamos miradas de terror, aguantábamos la respiración y nos tapábamos por largo rato la cara con el brazo, como intentando aislar el aire que estábamos respirando. Al llegar al aeropuerto nadie fue revisado más allá de las preguntas normales de inmigración.
Al día siguiente regresé a mi trabajo. Como medida de prevención nos pidieron notificar si habíamos salido del país, lo hice. Consultaron con el departamento encargado de evaluar riesgos y me incorporé como una semana normal. Pero esa no fue una semana normal, las cosas empezaron a ponerse feas: empezaron a subir el número de casos, sobre todo en California, a donde viajaría para celebrar mi cumpleaños una semana después. Al final de esa semana ya las aerolíneas eras más flexibles y nos permitieron aplazar el viaje, al igual que los hoteles y los tours que habíamos reservado.
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De esa fecha para acá no he salido de mi casa sino para ir a trabajar. Trabajo en el noticiero local de Univision en Miami y la prensa no para, pero en el canal también todo cambió: se cancelaron las reuniones editoriales, ahora todos nos conectamos por teléfono. También dejé de ir con mi amiga a tomar café al empezar la jornada, ya no había saludos afectivos y todos empezamos a hablarnos de lejos, tratando de respetar la distancia social dentro de las posibilidades.
En el canal también cambió la manera de hacer las cosas. Paulatinamente algunos de los cargos empezaron a ejercer sus posiciones desde casa, reporteros, presentadores, productores y mesa de asignaciones empezamos a teletrabajar. Algunos reporteros y camarógrafos siguen en la calle y por ningún motivo pueden entrar al edificio, acuden a las asignaciones en carros separados y nuestros único contacto es a través del teléfono. Así se construye cada emisión del noticiero, entre chats, correos, mensajes de texto y llamadas. La tecnología nos ha permitido hacer lo inimaginable, tener una emisión de noticias con gran porcentaje del equipo desde su hogar. El equipo técnico sí debe estar en el canal, pero ahora con menos estrés de cruzarse con tantas personas durante el día.
Ayer me di cuenta de que hace más de tres semanas no entro a ningún buscador para soñar con mi próximo destino; hace tres semanas puse mi pasión en pausa. Tengo un blog de viajes llamado pasaportecondestino.com. Por ahora lo alimentaré con tantos viajes que tengo en mi cabeza y sobre los que aún no he escrito; editaré fotos y videos para los que no sacaba tiempo porque lo invertía en encontrar nuevos destinos.
Esta es mi primera semana completa trabajando desde casa, y no me moveré de aquí hasta que todo esto pase. Mi esposo sí tiene que salir, su trabajo es esencial, es policía, y está en contacto con muchas personas diferentes cada día, mi único deseo hoy es que no se encuentre con el virus, ni él, ni mi mamá, ni ninguno de mis seres queridos.
Mi aporte es quedarme en casa, no verme con absolutamente nadie y esperar que todas las personas sean sensatas y también se queden en casa.
No sé si el mundo volverá a ser “normal” después de esto, o si esta será una nueva normalidad; o si encontraremos el balance entre lo que era normal y lo que es normal ahora. Cuando pienso en el momento en el que me vuelva a montar en un avión, creo que no será igual que antes. Pero, aún en estas circunstancias, me sigo preguntando: ¿cuál será mi próximo destino?
Por: Diana Correa, comunicadora. Residente en Miami