Don Adolfo Podestá nunca se imaginó que dejar Italia, aquel septiembre de 1955, significaría dejar su hogar para siempre.
Aprendió música mientras las bombas explotaban en el patio de su casa: se refugió de la Segunda Guerra Mundial en una finca cercana a su natal Ponte dell’Olio, en la región de Emilia Romagna. Un vecino le enseñó a tocar violín y allí descubrió su vocación. Cuando la guerra terminó, se mudó a Piacenza para iniciar su carrera en el Conservatorio Giuseppe Nicolini.
Años más tarde, un profesor le habló de un proyecto para crear una orquesta sinfónica en Manizales. Una ciudad -y un país- de los que nunca había oído hablar. Pero no dudó: aceptó. “Trabajar en una sinfónica era complicado, y más en Italia, donde ya todas estaban establecidas y era difícil conseguir una plaza”, cuenta. Por eso se subió a un avión lleno de músicos italianos con destino a Bogotá y luego a una avioneta que lo llevó hasta Manizales. Allí permaneció dos años, hasta que la orquesta cerró por problemas de presupuesto.
Aunque la mayoría de sus compañeros regresó a Italia, él -que junto con algunos de ellos había creado la Orquesta Italian Jazz- recibió una propuesta para tocar en el Club Medellín durante la inauguración de la primera Feria de las Flores, en 1957. “Dijimos que sí, con una condición: un contrato por tres meses”, recuerda. Y esos tres meses se convirtieron en algo más duradero.
Podestá o la historia de la gastronomía local
Ser músico y estar en uno de los clubes sociales más reconocidos de Medellín le permitió conocer a la crema y nata de la sociedad paisa de los años sesenta. Aunque sus paisanos eran pocos, logró tejer amistades con otros italianos que vivían en la ciudad. Uno de ellos fue Gino Cavalli, propietario de Piemonte, uno de los primeros restaurantes italianos de Medellín.
“Éramos muy cercanos”, dice. “Una vez se me acercó y me dijo que le habían ofrecido un trabajo en México, y que había aceptado. Su idea era que yo le comprara el restaurante y, aunque no sabía nada del negocio, dije que sí”.
Desde entonces, la historia de Podestá se convirtió, prácticamente, en la historia de la gastronomía en Medellín durante la segunda mitad del siglo XX.
Piemonte se transformó en un punto de encuentro para fiestas y cenas importantes. La primera sede estaba en el centro, en Maracaibo con la desaparecida carrera La Unión. Cuando construyeron la avenida Oriental, don Adolfo tuvo que buscar un nuevo lugar: se trasladó a La Playa con la Oriental. Y cuando vendieron esa casa para hacer un edificio, decidió hacer una pausa y crear otro restaurante: La Res, en la 70. “Una parrilla argentina que abrí en sociedad con el futbolista Eugenio Casali”, contaba.
Pero la cocina italiana lo seguía llamando. Por eso cerró La Res y reabrió Piemonte, esta vez en El Poblado, en una casa ubicada en la 4 Sur con Los González. Hasta allí llegó la clientela fiel, la que preguntaba por Podestá y por sus platos. “Me encanta la gente”, dice. “Yo no sería capaz de estar encerrado en la cocina. Necesito hablar con los clientes, escucharlos, saber qué les gusta y qué no. Vivo por ellos”.
Permaneció allí casi una década, hasta que un nuevo propietario le pidió el local. “Sabía que la casa la iban a vender. Yo había hecho una oferta, pero alguien ofreció casi el triple”. Era la década de los ochenta y el dinero del narcotráfico inflaba el valor de las propiedades. Sin posibilidad de competir, Podestá se mudó nuevamente, esta vez a la casa en la que hoy están el parque de La Presidenta y el Dann Carlton.
Por azares del destino, tuvo que vender la marca Piemonte. Pero la restauración seguía en sus venas. Abrió de nuevo, esta vez en Astorga. Y como todo el mundo preguntaba siempre por él, ese fue el nombre de esta nueva etapa: Podestá.
Otra vez, el desarrollo urbano lo obligó a cambiar de sede. Se trasladó a Los Parra, pero a principios de 2010 tuvo que irse de nuevo, pues la ampliación de la loma implicó la demolición de la casa. Así fue como llegó al Mall Indiana.

Hablar con don Adolfo es escuchar la historia viva de Medellín. Tiene una memoria prodigiosa: recuerda nombres, caras, lugares. Sabe quiénes eran y quiénes siguen siendo sus clientes fieles. Los saluda de mano, conoce sus platos favoritos. Crea recetas, según su gusto, pero también según los gustos de sus comensales. Su favorita es la pasta a la boloñesa, y confiesa que muchas de sus preparaciones tienen los mismos 67 años que el restaurante. Aunque también las ha actualizado con el tiempo.

En los últimos años, su hija Daniela asumió la administración del restaurante, tras la muerte de su madre. Ella le ha dado nuevos aires al lugar, porque la evolución también es necesaria.

Don Adolfo siguió presente. “Vengo todos los días, porque si no me aburro en la casa”, dice. Y sigue deleitando a los comensales con su música. Estar allí era probar un poco de la historia de la gastronomía de Medellín. Es sentarse en el restaurante más antiguo de la ciudad.