La experiencia que estamos viviendo nos ha demostrado que se han salvado vidas gracias a las disposiciones generosas de quienes, abriéndose a las necesidades de los demás, actuaron para proteger o aliviar a quienes han estado afectados por la enfermedad, el hambre o por factores de riesgo.
Tal actitud generosa proviene de un descentramiento de sí mismo, gracias a una interioridad liberada de apegos a lo propio. Esto es posible gracias a una lúcida percepción de lo que somos como personas y, en consecuencia, del establecimiento de un nuevo tipo de relaciones con lo que nos rodea.
Esta nueva percepción y relación podemos llamarla espiritualidad y entenderla como la capacidad de abrirse amorosamente al otro, a la naturaleza y a Dios, siendo su mejor expresión la generosidad y su consecuencia, la felicidad (Frei Betto)[10].
El recorrido hecho a través de nuestra reflexión, deja en claro que las transformaciones que son necesarias para no retornar a la anterior “normalidad” solo pueden lograrse si son impulsadas y animadas por personas y grupos renovados desde su interior. Esta es una realidad que está surgiendo y que es de esperar que logre consolidarse; es una transformación espiritual que se ve presente y en marcha por todo el globo, aunque con distintos enfoques y con múltiples referentes. Su denominador común es el cultivo de la interioridad y esto se logra en el silencio y en la meditación que de allí proviene.
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En el silencio es posible la escucha de la propia consciencia y de sus inquietudes; es posible el diálogo consigo mismo; la madura toma de decisiones y el cuidadoso examen de qué es lo que genera cuidado y valor, no apenas para sí, sino para el entorno al cual me encuentro vinculado y del cual dependo.
Con el desarrollo de la propia interioridad los seres humanos encuentran motivación y fuerza para cambiar su quehacer. Su cultivo brinda mayor clarividencia sobre los criterios y las interacciones que configuran la propia vida; permite percibir con lucidez la conexión profunda que se tiene con la naturaleza, con los demás seres humanos, con el cosmos en general y con esa dimensión trascendente presente en cada individuo.
La interioridad, nutrida de la experiencia espiritual definida anteriormente, es fuente de una relación más compasiva consigo mismo y con todo el entorno, situando al ser humano en el sendero de “tratar a lo otro y a los otros sólo como nos gustaría que nos trataran”. Tal es la regla de oro para la convivencia que la humanidad ha encontrado desde hace miles de años y que, incluso, ayudaría a comprender lo que le hace bien a ese Todo al que pertenecemos, yendo más allá de nuestros intereses, para actuar en consecuencia.[11]
En esta línea va la exhortación que el Papa Francisco ha hecho a la humanidad de asumir un nuevo modo de ser-estar en la tierra. Su propuesta la ha llamado Ecología Integral. Su fundamento básico es el bien común de las actuales generaciones y de las futuras, de cada ser humano, hombre y mujer, que haga parte de este planeta en cualquier condición:
“Tratar a lo otro y a los otros sólo como nos gustaría que nos trataran”. “La ecología humana es inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central y unificador en la ética social. Es «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección»” (Laudato Si, n. 156).
En momentos de crisis como estos, en donde al parecer se extravía el sentido de la vida, el desarrollo de la interioridad puede incluso ir más allá de un trato compasivo con el otro o la otra y lo otro. Puede ayudarnos a construir sentido, al salir al encuentro de ese misterio profundo e insondable que habita el universo, que ha sido el origen de la vida y que se encuentra en lo más hondo de nosotros mismos.
Se trata de esa inasible realidad que las diferentes tradiciones religiosas han llamado Dios y que cuando el ser humano logra sintonizarse con ella es movido al amor. La interioridad humana más profunda, es habitada por esa misteriosa e indefinible realidad, haciéndonos trascender lo que creemos ser y alentándonos hacia la bondad.
Por: Centro de Fe y Culturas
[10] Frei Betto, Pandemia y espiritualidad, en VARIOS, Covid19 2, MA-Editores, 160 pag., abril 2020, pg. 77.
[11] Ver como referente significativo al respecto de la interioridad: Armstrong, Karen.(2011). Doce pasos hacia una vida compasiva. Paidós. Barcelona. 201 p.