“Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia”.
(Papa Francisco, Laudato Si, n. 52) [3]
Aunque lo sabíamos teóricamente, ahora lo hemos experimentado sensiblemente. Todos los seres humanos estamos vinculados unos a otros y a un “todo” mayor que es nuestro planeta, del cual depende nuestra vida.
La expansión del virus venció todas las fronteras raciales, étnicas, culturales, sociales, políticas, y de género. Llegó a todas las naciones y pueblos del mundo. Resulta inquietante que el supuesto manejo descuidado en un mercado de animales en Wuhan, China, se haya convertido en una tormenta global sin par, que ha segado, y amenaza seguir segando la vida, de cientos de miles de personas en el mundo.
Aprendizajes que nos deja la pandemia:
Este hecho evidencia que ningún ser humano puede concebirse a sí mismo como desligado o sobrepuesto a la colectividad. Aunque cada individuo es valioso en sí mismo, por su inalienable dignidad, sólo subsiste porque está integrado en la colectividad humana y en el vínculo de ésta con la Naturaleza.
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Es por tanto ilusoria la convicción de alcanzar seguridad individual en la medida en que se posean múltiples objetos y bienes que parecerían ofrecer una vida protegida, confortable y blindada.
Hoy, mejor que antes, constatamos que el otro ser humano y la misma naturaleza, en toda su riqueza y multiplicidad, garantizan nuestra existencia. Son decisivos, no apenas por la razón práctica de ofrecernos medios para vivir, sino sobre todo porque su existencia tiene un valor en sí mismo que enriquece nuestro sentido de la vida.
Es así como actitudes egoístas, a nivel personal, nacional o incluso continental, se demuestran perjudiciales para el entorno social y global, pero también para quienes así proceden.
La crisis actual nos ha permitido constatar que es de vida o muerte actuar en colaboración para alcanzar propósitos comunes. Y esto, en el plano social, tiene que ver con proveer a la población de información, motivación y sentido de responsabilidad colectiva.
Es lógico que “una población automotivada y bien informada sea mucho más poderosa y efectiva que una población ignorante y vigilada”[4], en la que cada individuo actúa por su propio interés y por su propia cuenta. Una vez más aquí es claro que la unión hace la fuerza.
[3] Papa Francisco (2015). Laudato Si. Sobre el cuidado de la casa común. Librería Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano. 218 p.
[4] Novah Harari, Yuval, El mundo después del Coronavirus, pág. 105, en VARIOS, Covid19 2, MA-Editores, 160 pg., abril 2020. Original en
TheFinantial Times: https://www.ft.com/content/19d90308-6858-11ea-a3c9-1fe6fedcca75
Por: Centro de Fe y Culturas