La pandemia develó nuestra inmensa vulnerabilidad como seres humanos. Después de varios siglos de experimentar con cierto orgullo el poder y el progreso alcanzado por los avances científicos y técnicos, la pandemia nos ha recordado una cruda realidad: “No somos invencibles” (F. de Roux)[2].
Más grave aún, nos ha hecho sentir que los seres humanos no somos necesarios para la vida en la Tierra; el planeta podría seguir su curso sin seres humanos, tal como ha sucedido en la mayor parte de su existencia.
La prepotencia y la arrogancia de la que hacemos gala como especie, y como individuos, se han evidenciado inútiles, insensatas y, sobre todo, perjudiciales. No permiten visualizar los riesgos y amenazas que nos rodean. Dan una seguridad falaz.
La humanidad hoy, a pesar de sus logros científicos y técnicos, no está preparada para salir airosa del reto que el Covid-19 le ha planteado. El virus no está dominado y resta mucho por saber acerca de él. Incluso, amenazas peores, más letales y difíciles de combatir, podrían venir. Desconocer esta realidad no sólo es ingenuo sino irresponsable.
De hecho, el calentamiento global es un desafío mayor que el coronavirus. Es más mortífero. Desafortunadamente es menos perceptible en su inmediatez. Su identificación como amenaza no es unánime. No parece que la humanidad lo sienta tan urgente como para paralizar la economía, como ha sucedido ahora de un momento para el otro.
Además, tiene tantas implicaciones en el juego de poderes económicos internacionales que ningún país está dispuesto a perder terreno.
Por: Centro de Fe y Culturas
[2] De Roux, Francisco. En: Revista Semana. “Nos creíamos invencibles”. 3/29/2020