Aprender a vivir

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La educación tiene el deber y la posibilidad de corregir muchos males de la sociedad, y de salvarla de tanta angustia y confusión, pero tiene que comprometer a toda la comunidad, no solo a la escuela

/ Jorge Vega Bravo

¿Qué es la vida? ¿Qué significa vivir con dignidad y salud? Estas preguntas nos ubican en la biología, la filosofía y la medicina, y están cerca de la respuesta los sabios y los poetas. Vivir en Medellín, en Colombia, es un reto, una oportunidad y un riesgo. En la geografía del planeta, estamos cerca al trópico, sin estaciones definidas; es un lugar que se corresponde con el centro, con el sistema rítmico de la tierra. El norte tiene una vocación neurosensorial, pensante, ordenada. El sur se acerca al fuego, al movimiento, a los cambios. En el centro tenemos la misión de encontrar el punto de equilibrio. ¡Y cuánto nos cuesta! Qué difícil ponernos de acuerdo, por ejemplo, en la conducción del país; en qué carrera extraña estamos con el tema de la paz. Y aunque muchos deseamos llegar a una salida negociada del conflicto, el panorama está lleno de egoísmo, de desencuentros e incoherencias.

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Estuve viendo el documental sobre la vida y la obra del médico salubrista Héctor Abad Gómez: Carta a una sombra. Es un trabajo hecho con gran sensibilidad por su nieta, Daniela Abad y por Miguel Salazar, y se nos pone de presente el nivel de intolerancia e irrespeto por la vida al que llegó nuestra sociedad. Salí lleno de preguntas, como las que nos hacía en clase el Dr. Abad. Y pienso que una gran puerta para encontrar respuestas coherentes es la educación: esa por la que luchó tanto el colega. La educación, como la salud, está gravemente enferma en este país. Y el problema no es de los maestros, el problema es de los políticos y los dirigentes. La profesión de maestro ha sido mal pagada, subestimada. La educación tiene el deber y la posibilidad de corregir muchos males de la sociedad, y de salvarla de tanta angustia y confusión, pero tiene que comprometer a toda la comunidad, no solo a la escuela. Así lo plantea el escritor William Ospina en Carta a un maestro desconocido, uno de los cuatro ensayos sobre la educación que hacen parte de La Lámpara Maravillosa.

Y en medio del desierto, hay oasis. Uno de ellos actúa de manera silenciosa y contundente. Es la Fundación Secretos para Contar, entre cuyos objetivos están: mejorar la calidad de vida de la población rural colombiana; promocionar la lectura en los habitantes del campo; generar estrategias que contribuyan a la permanencia de las familias en el campo; mejorar los niveles de enseñanza en las escuelas rurales y acompañar el trabajo de los maestros y resaltar en las comunidades rurales sus saberes, conocimientos e historias. Con el apoyo de la Pedagogía Waldorf y evitando los procesos de intelectualización precoz, los talleristas de la Fundación apoyan de manera directa a padres y maestros de las escuelas rurales y retoman el saber tradicional, para retornarlo en forma de libros. Han editado 16, ilustrados, que contienen formación científica, actividades prácticas y cuentos tradicionales.

Debemos volver a tener la certeza de que los cuentos y los cantos sigan acompañando desde temprano a los seres humanos. Dudo, con W. Ospina, “que las pantallas logren introducirnos en los secretos del lenguaje, que son también los secretos del sonido, del ritmo, del afecto”, de la identidad cultural. Aprendemos a andar, a hablar y a pensar solo por imitación y en contacto con otros seres humanos. No privemos a nuestros niños de estas maravillas; volvamos a contarles cuentos, a cantarles; dejémoslos jugar y vivir y tendrán la opción de llegar a ser humanos libres.

opinion@vivirenelpoblado

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