Ante el pobre panorama político del país, un llamado a que los independientes, los de centro, los académicos, dejen el fuego amigo que los separa y se ocupen de lo que los identifica.
¿Cómo voto?, preguntó Anatolio sin enterarse de lo que estaba pasando en Colombia -en el Congreso, que es una Colombia en bonsái-, como bello durmiente que acabara de despertar de un largo sueño. Hasta que Jennifer Arias (CD), la princesa de la Cámara, lo devolvió a la realidad. No con un beso de cuento; con un grito de mando: “¡Anatolio vote sí!”
Y Anatolio –tremendo nombre- votó sí.
Ocurrió el pasado 19 de octubre, durante la votación para modificar la Ley de Garantías (Art. 125), con el fin de permitir que alcaldes y gobernadores siguieran contratando en pleno período electoral, lo cual fue posible gracias a que Anatolio Hernández (La U) y otros 151 congresistas, se tienen confianza para olfatear oportunidades de trueque.
Pero… ¿a qué viene tanto alboroto, si lo único que este prohombre hizo fue representar a cabalidad el comportamiento de quienes los eligieron, a él y a la mayoría de sus colegas? No es un secreto que en el país se compran y venden votos al mejor postor, en sentidos real y figurado. Por una sencilla razón: la cultura política no existe, la politiquería electoral acabó con ella. (Dígame por quién hay que votar y arreglamos).
Las campañas dan grima, lo que menos importa son los programas. El populismo, el exhibicionismo, el arribismo son las únicas mañas que –además de las migajas de poder que van dejando caer los aspirantes en su camino- parecen conectar con las emociones de la montonera y de los oportunistas que cambian el color de la corbata cada cuatro años. (Para nombres, espacio falta).
Como la política dizque es dinámica –voltearepas, decimos en Antioquia-, las cosas al interior de los partidos suceden tan rápido que son difíciles de asimilar. Sobre todo por los rancios aromas que desprenden. El Liberal es “un cadáver insepulto”, dijo Córdoba cuando tiró la puerta. El Conservador, tiempos ha que huele a guardado. El CD, más dividido que Alemania en su época. Cambio Radical, sin cambios a la vista. El Verde, con sus marcianos agarrados de las mechas. Y así. Amistades y convicciones brillan por su ausencia en alianzas y movimientos efímeros propulsados por intereses personalistas. (¿Me equivoco?)
Los independientes, los de centro, los académicos –los míos-, organizan desayunos inútiles, recogen firmas a pico monto, planean consultas internas, chocan con sus frondosos egos, se bañan en discursitos filosóficos que no llegan al ciudadano de a pie…, mientras el Gulliver del Pacto Histórico se pasea orondo por Liliput, prometiendo el oro y el moro, liderando encuestas y reclutando Anatolios. Qué tristeza con ustedes, muchachos, están siendo inferiores a la responsabilidad que tienen con tantos que creemos que el país es mucho más que una media de lycra que se pueda estirar ad infinitum y que queremos evitar que reviente por alguno de los extremos, abriendo espacio a los matices. Así que dejen de una vez el fuego amigo que los separa y ocúpense de lo que los identifica: los cachumbos y las ideas. Como van, no vamos a llegar muy lejos. Pilas, pues, que los Anatolios se dan silvestres.
ETCÉTERA: Esta columna dejará de aparecer por unas semanas, saludos para todos. Gracias por estar ahí.