El trabajo de Ángela María Restrepo Gutiérrez (Medellín, 1950) se define desde el silencio, la paciencia y la intimidad. En un ámbito como el del arte contemporáneo que, especialmente en las últimas décadas, ha recurrido con frecuencia a formas de denuncia y de proclama que arrastran al observador a la protesta y al compromiso político, la obra silenciosa de Ángela María Restrepo se constituye en una especie de revolución insólita que reivindica la vigencia de valores y procesos que muchos creerían olvidados.
Es muy significativo que contraposiciones de este tipo se reconozcan, sobre todo, en el contexto cultural de los dos últimos siglos, atravesados por la masificación. Fernando Pessoa o Constantino Cavafis, por ejemplo; pero también Constantin Guy, el casi desconocido artista sobre quien Charles Baudelaire publicó en 1863 su ensayo El pintor de la vida moderna; o Giorgio Morandi, quizá el más grande artista italiano de la primera mitad del siglo XX, toda su existencia dedicando a pintar los mismos bodegones de vasos y botellas en el interior de su casa.
Se trata, en realidad, de una especie de contracorriente que sabe que no va a cambiar el empuje principal del arte y la cultura ni está interesada en hacerlo; pero que también es consciente de que solo se existe siendo uno mismo, como se descubre a lo largo de toda la obra de Ángela María Restrepo.
Y, al igual que en los artistas mencionados, la obra de Ángela María Restrepo, tras su aparente sencillez, oculta una extraordinaria complejidad de valores estéticos y conceptuales. La suya es una obra de persistencia y de fidelidad.
Más allá del interés por buscar transformaciones permanentes, lo que aquí impacta, en primer lugar, es la constancia en el desarrollo del grabado que, en definitiva, es su forma de entender el mundo y de crear arte.
Contra la idea extendida hoy de que el artista es, ante todo, artista y solo secundariamente músico, pintor o escritor, Ángela María Restrepo parece vivir lo contrario porque el grabado es su decisión fundamental, la que le posibilita identificar el arte con la propia vida.
Aunque puede afirmarse que todos los procesos técnicos de las artes exigen conocimientos y habilidades particulares, el grabado, al igual que la cerámica, parece ser especialmente complejo porque involucra una suerte de alquimia que hace siempre difícil el control de los resultados.
No es casual que, cuando existieron divisiones artísticas jerárquicas hoy en desuso, durante siglos el grabado fuera considerado como un arte menor por la cantidad de trabajo manual y de esfuerzo físico que exigía.
Por eso, la vocación de Ángela María Restrepo por el grabado la ha llevado necesariamente a un esfuerzo constante, un análisis minucioso de los procesos y una paciencia a toda prueba en la búsqueda de los resultados esperados; porque, a pesar de la incertidumbre de la técnica, aquí no se crea la obra para el azar incontrolado sino, más bien, para el despliegue de una suerte de poesía visual de la vida privada.
Y, en definitiva, en esa creación poética de la intimidad todo confluye. Ángela María Restrepo nos permite aproximarnos a su mundo personal, su casa, sus mascotas, sus plantas, su cama, todo presentado de manera inmediata, reivindicando el punto de vista que le permite la observación directa de lo que la rodea y que más ama.
Y allí nos impone su silencio que está cargado de fuerza poética y de sugerencias significativas. Podríamos pensar que la que nos presenta es como la vida de todos, muchas veces cuando estamos solos en ese vacío y plenitud de la intimidad, gustando al mismo tiempo las alegrías y las tristezas, la incertidumbre, la felicidad y el miedo, la vida y la muerte siempre presentes.
Así, estos grabados íntimos y silenciosos de Ángela María Restrepo son como una puerta hacia una experiencia espiritual de la totalidad de la existencia. Una revolución insólita porque, además, nos aboca a descubrir en nosotros mismos el universo de la intimidad y, con ello, más allá de los estereotipos de género, unos valores que nos constituyen y que la cultura tradicional limitó a las mujeres.
Es evidente que el feminismo es una de las raíces fundamentales del arte actual. Quizá lo más impactante en la obra de Ángela María Restrepo es que nos permite descubrir que esa revolución feminista es una fuerza poética que involucra a todos los seres humanos.