El cine colombiano sigue enfrentando retos gigantes en cuanto a recursos, nivel de exposición y las narrativas tradicionales con las que tenemos acostumbrado al mundo.
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A veces miras al lado de tu puesto en el bus o por la ventana del carro y está justo ahí: una historia esperando ser contada, con sus matices, sus problemas y, claramente, su propia perspectiva de la realidad. Historias que a veces parecen solo paisaje, pero que van mucho más allá de lo que logramos captar de manera superficial.
Eso fue justo lo que le pasó a Manolo Cruz, actor y director colombiano, quien vio en algo tan sencillo y olvidado como la comunidad de una ciénaga, una historia poderosa de visibilidad transformadora y reparadora, teniendo como centro el amor.
Cruz se apropia de uno de los sentimientos más puros de la humanidad: el amor de madre, y cómo este puede vivir en una constante dicotomía entre libertad y limitación, pero que, al final, solo busca una cosa: protección.
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Hablar de sacrificio y amor
La ciénaga: entre el mar y la tierra es una de esas narrativas que se repite una y otra vez en los hogares colombianos, pero de distintas maneras. Es una metida al rancho, un retrato natural, honesto y humilde —pero muy bien logrado— de lo que sucede al interior de millones de familias: una mamá soltera en un ambiente precario, luchando cada día por sostener y cuidar a su hijo —en este caso, discapacitado— sin apoyo familiar, sin figura paterna, sin estabilidad económica ni acompañamiento de un sistema de salud, muchas veces limitado en su acceso.
Es una película que retrata, de forma muy real y cercana, esa alma ‘berraca’ que resuelve y habita dentro de cada uno de nosotros; ese empuje y determinación que nos ayuda a sortear las situaciones duras de la vida, incluso si eso implica pagar baterías con pescados (quien vea la película entenderá la referencia). Un amor que vive desde el sacrificio, desde el dejar ir, desde el aceptar las decisiones del otro por encima de nuestros propios deseos.
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Este es el primer largometraje de Manolo, en el que comparte una muy luchada dirección con Carlos del Castillo. Le tomó ocho años lograr que fuera proyectado en su propia casa, mientras que en el exterior ya era multipremiada. Con más de 20 selecciones en diferentes festivales de cine independiente, como Sundance, se ha llevado el premio del público, el de mejor actriz de reparto y el de mejor actuación. Y es que el papel de la maestra Vicky Hernández es insuperable, al igual que el trabajo corporal del propio Manolo al interpretar la distonía.
Crear historias con alma, pero con las uñas
Aquí, el dolor, la frustración y el duelo se te meten por las entrañas. Esta película lleva todo a su propio ritmo: te hace sentir el encierro de una pequeña casa encima de la ciénaga, sumergiéndote sin afán en la vida de una persona que tiene todo su mundo dentro de una cama y solo un gran sueño: conocer el mar que está a 300 metros de su casa… y morir en él.
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Otra de las muchas películas colombianas que ha sido rodada con las uñas —literalmente—, sin presupuesto, con 15 versiones de un guion escrito en colaboración entre los protagonistas; actuaciones casi dadas por amor al arte, pero siempre con el profesionalismo y nivel que caracteriza a cada uno de los participantes. Y, por supuesto, sin el apoyo de grandes productoras o distribuidoras.
Sí, el cine colombiano muchas veces se divide entre cintas muy conceptuales y las mismas historias de violencia, pobreza y narcotráfico que hemos repetido por décadas, y con las que el mundo nos identifica. Pero esta historia es diferente. Es sencilla, sin pretensiones ni grandes escenas fuera de lo cotidiano, eso sí, con unos planos y colores muy bien intencionados, al igual que errores de audio que, finalmente, decidieron dejar, porque hacen parte de la esencia que esperaban captar y transmitir al público.
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Lo triste es que solo está siendo proyectada en 11 salas en el ámbito nacional. Lo bueno es que aún tenemos tiempo de ir y pagar una boleta que, al menos, demuestre nuestro apoyo al arte nacional, a los productos artesanales hechos a punta de amor. Porque, como dijo el director: “Si dejaba mis sueños a la altura de mi bolsillo, ahí se iban a quedar”, y fue justo ese pensamiento el que lo llevó a recolectar con esfuerzo lo necesario para comenzar a rodar.
La ciénaga: entre el mar y la tierra no habla solo del sacrificio que se transmite en la historia de ficción, sino de ese que siempre estuvo detrás: con idas y venidas, con esfuerzos en presupuesto, logística, producción y proyección. Una visión de la vida desde otra perspectiva y una creatividad indudable para lograr un proyecto que hoy todos tenemos la oportunidad de apreciar.