La famosa frase, utilizada en la campaña electoral en los Estados Unidos en 1992, y que terminó con la victoria de Bill Clinton, puede servirnos para hacer un llamado de alerta desde el sector de la educación ante el déficit de programadores que Colombia podría tener, de no tomar acciones para promover la formación de nuevos educadores en el área de Tecnologías de la Información (TI).
De hecho, según el diario La República, Colombia tendría un déficit de 112.000 programadores en el 2025.
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En ese sentido, las perspectivas nacionales se compaginan con las de Latinoamérica, donde existe actualmente un déficit de 38 % de programadores, según Talently. Si bien las noticias en medios de comunicación, portales de empleo y redes sociales informan sobre el crecimiento acelerado de las empresas de TI, y su ambiciosa demanda de mano de obra cualificada, ignoran una problemática asimétrica para el país: la fuga de talentos derivada de la venta de servicios a países en Europa y Norteamérica, y a la poca flexibilidad del modelo educativo y su incapacidad de poder adaptarse para ofrecer programas que entreguen nuevos formadores al mercado nacional.
Precisamente, los salarios altamente competitivos de estas compañías extranjeras, pagados en divisas más fuertes que las locales, han cerrado el espectro de las instituciones educativas en el país que pueden ofrecer compensaciones paritarias. Hoy por hoy, solo algunas universidades internacionales pueden igualar los sueldos de las empresas de tecnología, y resulta casi imposible poder retener a un formador en una institución educativa con ofertas de este nivel. Esta situación ha puesto en aprietos a las firmas de reclutamiento, que difícilmente rescatan perfiles del mercado para llenar este déficit de nuevos talentos dedicados a educar a las nuevas generaciones de expertos en tecnología.
Como ejemplo, quiero tomar el mercado de la ciberseguridad, donde la brecha de la fuerza laboral creció un 26 % en los últimos dos años, dejando un hueco de 3.4 millones de programadores disponibles para la formación a nivel global, de los cuales 515.000 corresponden a Latinoamérica, según cifras del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (SNIES). Este mismo reporte señala que en el país solo existen 6 pregrados relacionados con la ciberseguridad, de los cuales dos son en modalidad virtual y ninguno acreditado de alta calidad hasta el momento.
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Al momento de querer desarrollar estos programas en instituciones locales, uno de los mayores limitantes es poder contar con una planta docente de tiempo completo que pueda justificar los requerimientos del Ministerio de Educación Nacional. En este sentido, resulta más que obvio que un profesional en ciberseguridad estará más interesado en aprovechar la burbuja salarial de la industria TI, que dedicarse al oficio de enseñar en Colombia. El salario de un desarrollador junior está alrededor de los $3.000.000 a $5.000.000 de pesos colombianos por mes. Este monto equivale, aproximadamente, de $750 a $1.250 dólares, lo cual puede variar según el expertise e incluso la ciudad. Por otro lado, el salario para formadores no remonta en competitividad y en las mejores universidades del país un profesor de tiempo completo, con maestría, puede aspirar a ganar entre $4.000.000 a $6.000.000 millones mensuales.
Es apenas normal que un mercado laboral se rija por la oferta y la demanda, pero de continuar operando bajo dinámicas asimétricas, será difícil garantizar la preparación de nuevos profesionales, técnicos y tecnólogos en TI. Por lo anterior, creo que la conversación y el debate debe estar orientado a no perder más competitividad en el mercado nacional, y centrar los esfuerzos de las instituciones educativas en fortalecer los beneficios salariales y extrasalariales para concentrar el talento formativo que necesitan para mantener su oferta vigente. Es el momento de atender la formación de talento para fortalecer la oferta docente. Es el momento de la formación de una planta docente competitiva, que traiga nuevos conocimientos y nutra el modus operandi de la rama de las TI. Cerremos la brecha que no permite el crecimiento del personal docente que necesita esta industria en Colombia.
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