Mi álbum de recuerdos se arma con merlot, amatriciana, muchos sabores toscanos, un momento inspirador en Polonia, un helado de mundial y varios más. Espero que queden antojados.
Este año no voy con el álbum Panini del Mundial, me ofusca acordarme de que nos eliminaron; así que decidí por primera vez desde 1982 dejar esa bonita goma a un lado, tal vez posponerla hasta 2026…
Mi lado coleccionista, que expreso con casi 300 corchos de buenos vinos que me he tomado en momentos especiales y con personas queridas, entonces lo decidí volcar hacia ratos memorables de buena mesa vividos en el verano europeo que acaba de terminar. Esos no me decepcionan, a excepción del café que me tomé a media cuadra de la Fontana de Trevi y que, por andar deslumbrado y de afán para seguir admirando la obra de Salvi, Pannini y Galilei, dejé que me arrancaran 8 euros.
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Pero pasando a la colección, elijo el bisté a la Fiorentina que comí en Siena, Italia. Famoso en el mundo, este corte proviene de la raza Chianina, de la Toscana, y su sabor es tal que solo requiere sal y pimienta. Sale grueso, de unos tres dedos, y fue fantástico con pasta cacio e pepe -queso y pimienta- y un vino Chianti.
Fue un rato fascinante, del tamaño del vivido en París, en un restaurante cerca del Sena, con su entrecote y un rosado de la Provence, origen que marca tendencia por sus vinos pálidos y de coloridos aromas y sabores, o las costillas de aquel buen lugar en Cracovia, que acompañé con medio litro de cerveza local. Allí no llegué guiado por Internet; fue su dueño, un polaco muy mayor, quien ante la falta de tráfico en sus mesas salió a la calle Floriańska a cautivar comensales. La magia del discurso tuvo efecto en solo diez minutos: todo lleno y todos muy satisfechos.
Del verano también tengo huellas de Burdeos. Allí nunca pude almorzar, por llegar por fuera del horario. Y si dicen no es no y no lo reprocho: como no todo es trabajar, cierran la cocina de 2 a 7 p.m. y sin remordimiento. Así que me desembalé con quesos, jamones, panes y mermeladas. Y si el polaco de Floriańska fue amable, ni les digo la hospitalidad de Pierre Chatin, quien me guió por sus viñedos en Graves y sus vinos de Château de Respide, conocidos desde 1630 y exponentes de esa prestigiosa ecuación: 40 % Merlot, 40 % Cabernet Sauvignon y 20 % Petit Verdot. ¿Brindar frente a un castillo y entre viñedos? ¡No tiene porcentaje!
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Añado un descubrimiento que amplió mis fronteras de la pizza, de la que soy fanático. Por lo mismo, me dedicaré además a la pinsa, después de haberla probado en carbonara y en diávola. Pinsa es romana, es ovalada, es más crujiente, es fantástica.
De cierre, les propongo como antojo pasta con amatriciana, preparada con careta de cerdo, tomate y queso; y también confieso un remordimiento: fui en San Gimignano, de 7 mil habitantes, a la Gelatería Dondoli, campeona mundial por tres años, pero en vez de pedir higo, tuve que haber elegido su helado Champelmo, de toronja y vino espumante. Por un error así, toca repetir el viaje.
Por todos estos momentos, por las personas que conocí y que abracé en el camino, por la forma como disfruté y me antojé, por los sabores que descubrí, por las pasiones que atestigüé, gracias verano 2022. Nunca te voy a olvidar.