Debíamos pensar en un alimento fácil de preparar, económico y que fuera parte de nuestras raíces. También reducir los desperdicios: fabricamos más de 400 conos hechos en hojas de biao.
¿Cuánto valen las crispetas? preguntaba la gente. No las vendemos, respondíamos nosotros. ¿Cómo así? ¿Las regalan? Insistía. Acá la economía del peso no sirve, estamos en la economía del trueque, el retorno a la Mindala de los abuelos, decíamos.
Hace unas semanas nos invitaron a participar con Cocina Intuitiva en un festival llamado Raíces Étnicas, en el Perpetuo Socorro, un barrio que promete ser el distrito de la innovación cultural de la ciudad.
Nuestra participación estaba enmarcada en tener en un estand para vender comida “étnica”, coherente con la temática. Luego de analizar, y teniendo en cuenta que este distrito promete cultura e innovación, hicimos una contrapropuesta de crear un experimento de cultura ciudadana donde las personas pudieran acceder a una experiencia gastronómica audiovisual haciendo un trueque.
¿Para qué? En tiempos pasados las comunidades se tejían entre ellas y establecían vínculos de confianza por medio de trueques no monetarios; algo que hoy en día es casi impensable. Se intercambiaban alimentos, historias y conocimientos, se hacía Mindala, que significa “construcción colectiva del pensamiento, hacer amigos y compartir nuevos conocimientos”. Es lo que queríamos hacer para la ciudad.
Los visitantes se toparon con un altar de alimentos ubicado a la entrada de un taller de mecánica, que los invitaba a adivinar cuáles reconocían. Desde allí se podía observar una mesa llena de crispetas de cacao, achiote y cúrcuma. Cuando preguntaban por el precio de las crispetas les contábamos que estábamos haciendo un intercambio y que este consistía en compartir con nosotros – ante la cámara y en una pizarra – los sabores de su niñez. Les dábamos las crispetas y los invitábamos a ver el cortometraje documental Hay mucho pa’ mostrar.
Debíamos tomarnos un taller de mecánica, sacar los carros, montar un cinema, graderías, transformar el espacio de grasa y gasolina en uno más amigable y verde. Debíamos pensar en un alimento fácil de preparar, económico y que fuera parte de nuestras raíces. También reducir al máximo los desperdicios: fabricamos más de 400 conos hechos en hojas de biao para servir las crispetas. Era importante que fuera incluyente, y que todos pudieran participar.
¿El resultado? Mas de 1.000 personas compartieron sus historias y se sensibilizaron acerca de la importancia de enaltecer lo nuestro. Redescubrieron e interactuaron con alimentos olvidados, regresaron a su infancia y con sonrisas nos ayudaron a reconstruir la memoria de los sabores.
¿A qué sabe tu niñez?