Muy buena la manzana, como también el maco, del sur del país y que sabe entre mango y chontaduro, o el copoazú, de la Amazonia y cuya pulpa sabe a guanábana efervescente.
En la columna anterior hablé de cómo nuestras decisiones de compra de alimentos tienen un impacto positivo o negativo en nuestra economía, cultura y territorio. Era una invitación a comprender que para poder alimentarnos saludablemente, es necesario un territorio también sano y completo, algo que nos lleva a un concepto bien interesante llamado soberanía alimentaria.
Esta promueve que deben ser las personas que siembran, distribuyen, cocinan y comen, las encargadas de generar las políticas y los mecanismos de producción de alimentos y no las grandes corporaciones de la producción mundial.
Además, pone en el centro de las políticas la necesidad de la alimentación de las personas, concentra el valor en los productores, sitúa el control a nivel local y democratiza el conocimiento y las habilidades para producir alimentos.
El concepto de soberanía alimentaria abarca muchos pilares, todos importantes e interdependientes, y quizás un poco ajenos de nuestra cotidianidad, pero si quisiéramos hacer algo para conducir nuestro país hacia ese horizonte, ¿qué podría ser para tener soberanía sobre nuestra comida? Preguntarnos a qué sabe nuestro territorio puede ser un buen comienzo.
Por ejemplo, el origen de lo que comemos: ¿Esta manzana de dónde vendrá? ¿Será cultivada en Colombia? También nos invita a preguntarnos por las condiciones: ¿Quién cultivó esta manzana? ¿Recibió un pago justo?
También nos invita a preferir lo propio. La manzana es deliciosa, como también lo son muchas frutas de nuestro territorio, por ejemplo el maco, una fruta que encontramos en el sur del país y que sabe entre mango y chontaduro. Otro ejemplo es el copoazú, un primo hermano del cacao que crece en la Amazonia y cuya pulpa sabe a guanábana efervescente.
Preguntarnos a qué sabe nuestro territorio también nos invita a reconocer el patrimonio cultural, este conjunto de creencias, valores y en el caso puntual del alimento, preparaciones que los habitantes de estas tierras han hecho con lo que aquí crece. Muy rica la pasta, pero también muy rico sorprenderse con las delicias de nuestras regiones: ¿Qué tal el rondón? Es una especie de sancocho afrocaribeño muy consumido en San Andrés y Providencia, preparado a base de leche de coco con pimienta y acompañado de filete de pescado, caracol, ñame, fruta de pan y colita de cerdo.
¿Colombia tiene soberanía alimentaria? Eso quisiera, porque un país megadiverso como el nuestro posee muchos alimentos interesantes por redescubrir, resignificar y salvaguardar.
Hace poco estuve en Miami y visité varias plazas y mercados locales, y qué sorpresa me llevé cuando encontré más de diez variedades de papas para la venta, cinco de batatas, maíz pira orgánico y de cuatro colores diferentes, ocho variedades de pimentones, decenas de tipos de tomates, entre otros productos. Todos estos alimentos son de origen amerindio y, sin lugar a duda, los tenemos en Colombia.
¿Por qué solo podemos comer crispetas de maíz pira importado y modificado genéticamente? Preguntémonos a qué sabe nuestro territorio y comencemos a construir nuestra soberanía alimentaria.