A los hijos, amor, respeto y apoyo
A Manuela Vásquez, sexy y magnética, lo que más le gusta es andar en los autódromos europeos a 300 kilómetros por hora con su bólido, un Ginetta G50 rojo pasión, el juguete más pupis del mundo. En cambio, a su mamá, la doctora Chiquinquirá Blandón, directora de la Clínica del Amor y terapeuta de pareja, la velocidad le da vértigo, como debe ser. Se entienden a las mil maravillas, aunque no siempre ha sido así, pues la vida está llena de baches, altibajos, retrocesos, idilios. De todo eso, charlé con ellas en el más reciente conversatorio de Vivir en El Poblado y el Centro Comercial Santafé, Saber educar, el camino de los hijos.
“¿Cuál es la clave de la crianza?”, pregunté, no sin desasosiego. Chiquinquirá vaciló unos instantes y luego contestó, sonriente: “El amor”. Se explayó: “Lo primero, eso sí, es saber quiénes somos. Responder con seriedad y franqueza a una pregunta ineludible: ¿quién soy yo?”. Luego se debe entender (o aceptar) que los hijos vienen con fortalezas y debilidades innatas. “Nuestra misión es entrenarlos: potenciar sus fortalezas, neutralizar sus debilidades, corregir sus defectos, alentar sus virtudes”.
Miro a Manuela, a ver qué dice. Ella recuerda cuando sus papás la entrenaron para vencer la timidez. “Las manos me sudaban, las rodillas me temblaban, me paralizaba cuando iba a comprar una gaseosa. Con paciencia y serenidad, mi papá, Juan Manuel, me fue guiando paso a paso: ir a la tienda, saludar, pedir, pagar, dar las gracias, despedirme”. Un entrenamiento concreto que buscaba superar una falencia abstracta, el miedo a socializar. Para reforzar la seguridad de su hija, Chiquinquirá abrió una guardería nocturna en la que Manuela era la anfitriona. “Fue un experimento muy exitoso: los niños se sentían invitados por ella y se le acercaban en confianza”.
Chiquinquirá menciona otro recurso, la modelación, o sea, lo que antes llamaban “dar ejemplo”. “De nada sirve la cantaleta”, advierte con firmeza. “Debemos ser modelos para nuestros hijos, algo muy educativo, ya que funciona en doble vía”. Manuela cuenta que aprendió a ser prudente por imitación de su papá. “Él me enseñó a guardar secretos y a pensar antes de hablar”.
Me pica la curiosidad: “¿Debe cambiar la actitud de los padres cuando llega la adolescencia de los hijos?” “El amor, el respeto y el apoyo se deben mantener, ¡se mantienen!, a lo largo de toda la vida. Las mamás son mamás hasta el último día. Solo cambian las situaciones, cambian los asuntos por resolver”. Aunque parecía estar lista para ir a fiestas de 15, Manuela se bajó de los tacones tan solo unos minutos antes de salir para su primer compromiso. Se acuerda, entonces, de un libro que su mamá le escribió al cumplir 18. “Lo leí hace once años y no veo la hora de volver a leerlo. Entonces me conmovió profundamente. Ahora, con más madurez, creo que voy a llorar página a página”. Chiquinquirá, con la venia de Manuela, nos lee un aparte, certeros párrafos de iniciación a la vida adulta y que, con otras palabras, dan a entender que uno debe escoger entre lo que uno quiere ser o lo que los demás quieren que uno sea.
Al final de la charla siento una buena vibración, algo que se podría resumir con un aforismo de Goethe: “El amor de los padres vuelve invulnerables a los hijos”. Ni más ni menos.
*** El próximo. El jueves 5 de septiembre estaremos con el médico Alejandro Posada Beuth, discípulo del doctor Jorge Carvajal. Hablaremos de Sintergética: gestora de una nueva conciencia, valores para ser y vivir y en un mundo mejor. En los conversatorios de Santafé se vive, se goza y se aprende. Allá nos vemos.
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