A la rueda rueda

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A la rueda rueda
 
 
En Arosemena también hay una labor previa de planeación y dibujo; pero el desarrollo mismo de la escultura exige un proceso manual y directo, de corte y soldadura de fragmentos de lámina de hierro
 
 
 
 
Por Carlos Arturo Fernández U.
 
 
“A la rueda rueda” es un juego tradicional que nos pone en contacto con el mundo mágico de la infancia, de los cuentos y de la vida sencilla. Y bien podría decirse que estas impresiones se pueden referir simultáneamente a las rondas de los niños y a la obra de Justo Arosemena en la urbanización Aldea de Riobamba, en el sector de Oviedo.
Justo Arosemena (Ciudad de Panamá, 1929 – La Ceja, Antioquia, 2000) logró una amplia presencia en el arte urbano de Medellín, con obras realizadas a partir de finales de los años setenta y que, por proceder de un período relativamente corto, ofrecen una notable unidad. “A la rueda rueda”, de 1987, que presenta a cinco niños que juegan en círculo tomados de las manos, es un trabajo en hierro forjado, de 137 centímetros de altura y 230 de diámetro.
Como todas las esculturas de Justo Arosemena, “A la rueda rueda” está directamente trabajada en el metal. No es el resultado de una fundición, como ocurre en una escultura en bronce, en la cual el artista casi siempre se limita a realizar el modelo original en un material blando, y deja el resto del trabajo en poder de técnicos especializados. En Arosemena también hay una labor previa de planeación y dibujo; pero el desarrollo mismo de la escultura exige un proceso manual y directo, de corte y soldadura de fragmentos de lámina de hierro, lo que, como el mismo artista se complacía en recordar, exige el trabajo personal e inmediato del escultor: hay un contacto permanente con el material, lo que implica una especie de trabajo “en caliente” que se hace evidente en la obra terminada.
En efecto, Justo Arosemena, quien desde 1957 abandona los materiales tradicionales de la escultura y comienza a utilizar chatarra –siendo uno de los primeros en hacerlo en el contexto colombiano–, se consideraba a sí mismo como un trabajador del hierro que sabía explotar las posibilidades constructivas y expresivas de ese material. En todas sus obras, el hierro tiene un carácter expresionista que resulta de los golpes, los pliegues, las soldaduras, la acción del soplete, la fragmentación, sin que nunca se haya preocupado por lograr superficies pulidas que ocultaran la necesaria violencia del proceso.
Se ha afirmado muchas veces que estas obras no tienen la profunda complejidad estética de sus pinturas abstractas sino que revelan una juguetona facilidad y alegría. O, como he escrito en otra parte, que sus esculturas en pequeño formato tienen una emoción poética que, en buena medida, se pierde en las obras de gran tamaño. Por supuesto, puede estarse de acuerdo con ello o no. Pero no debería olvidarse que en el arte la técnica es significativa; es contenido y no mero procedimiento. Por eso, la brusquedad y tortura del hierro o la fragmentación de estas figuras quieren ir más allá de una fácil decoración y, como en la mayoría de los expresionistas, busca impactar afectivamente al observador.
De todas maneras, es claro que en este juego de niños, como en muchas obras de tema similar que Justo Arosemena realiza en la misma época, se manifiesta su intención explícita de poner la obra de arte en contacto directo con los vecinos del sector y facilitar su percepción y disfrute, de tal manera que la integren en el ritmo de la cotidianidad.
 
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