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Y a esa China fuimos de la voz de Luz Gabriela Gómez, Gaby, viajera impenitente, en los conversatorios de Vivir en El Poblado y el Centro Comercial Santafé, tertulias que desde ya prometen ser amenas, instructivas y encantadoras.
Gaby es una narradora salerosa: saborea cada palabra, cada instante. Primero hablamos de los preparativos del viaje, a China o a cualquier otra parte. “Lo fundamental es decidir a dónde de verdad se quiere ir. Pues viajar es aprender, del paisaje y de uno mismo”. Gaby y sus acompañantes trazaron un itinerario sin halagos turísticos ni presiones externas. Se empaparon de atmósferas y ambientes. De algún modo, hicieron el viaje antes de viajar.
Al llegar, de inmediato, percibieron las cambiantes energías del campo y la ciudad, desde Shanghai, con sus 24 millones de habitantes, hasta las orillas del Mekong, por el que navegaron una semana, de puerto en puerto, probando y comprobando sabores y saberes milenarios. Nos habló de insólitas costumbres: no regalar relojes, regatear sin fin, comer gusanos y cucarachas, no cucarachas chancleteadas como las de aquí, sino suculentos insectos cultivados con higiene y esmero. “La auténtica gastronomía china es sorprendente: no se parece a la hollywoodense que conocemos en Occidente.” Y mencionó, claro está, la hermosura de las mujeres y la apostura de los hombres. Nos previno sobre algunos riesgos: los cambios de moneda y la prostitución bisexual.
Ahora, la amistad. Aquellos con los que has viajado te siguen acompañando después con persistencia y lealtad. Gaby calcula que el tiempo compartido con sus compañeros de viaje a China, de mañana a noche, equivale a un noviazgo de seis meses, ni más ni menos. Un noviazgo que, gracias a los dioses del viajero, se vuelve hermosa y entrañable amistad.
Y, así, entre anécdotas y espléndidas reflexiones históricas y culturales, el tiempo se nos fue volando, ¡ay, Gaby!